De gaviota a buitre

25 mar 2021 / 09:35 H.
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Se critica mucho la política, pero habría que diferenciarla de los políticos. Lamentablemente, aunque podamos pensar una y otros por separado, van unidos. Los políticos poseen en exclusiva esa potestad de hacer política, y cualquier defecto en el sistema camina parejo a los que lo ponen en marcha, a aquellos que lo ejecutan, aunque si analizamos teóricamente a ambos, la política permanece como un espacio autónomo, salvable y defendible, casi inmanente, del ser humano, mientras que los políticos salen casi siempre mal parados, por corruptos y mentirosos. La política, por tanto, tan necesaria, al igual que los que la ejercen, pero mientras que la primera se presenta como ese conjunto de actividades indispensables en la vida humana, para organizar el mundo y la sociedad, los segundos se nos caen rápido del tenderete, arrastrando defectos y carencias. Digamos, resumiendo, que los políticos son el mal necesario de la política... Además, esto casi se podría afirmar desde que el mundo es mundo. Sin embargo, esa típica afirmación, vuelta cliché y manoseada, por la que se la reduce a basura, y de que solo el interés mueve a todo aquel que se mete en política, resulta despreciable, y denigra la actuación de cualquier función pública. Una vez más se trata de desprestigiar lo público frente al caos y la desregulación de lo privado. No voy a poner la mano en el fuego por nadie, pero, como en cualquier asunto que queramos describir pormenorizadamente, se trata de una casuística específica, hay que tratar caso por caso, y más en estos tiempos de fake news, de campañas mediáticas orquestadas para acabar con alguien... No valen generalizaciones, aunque muchas veces nos sirvan para explicarnos o entender algo de manera global.

Hay que desconfiar de cualquier crítica a la política o a los políticos que no conlleve un razonamiento posterior o explicación detallada. Las críticas que hacen tabula rasa sin aportar soluciones, suelen flaquear por su gusto por la intolerancia, proteger las injusticias y desfavorecer a los más débiles. Creo firmemente en la política, en la nobleza de su acción, a pesar de que asistamos en las últimas semanas a un espectáculo bochornoso con la defenestración de Ciudadanos, ese partido que perdió su oportunidad cuando pudo pactar un gobierno con Sánchez, para acabar retratándose con Vox en la plaza de Colón. Desde ese giro a la derecha, movidos por la intransigencia de su españolismo, han ido hacia abajo en picado. Ahora asistimos al acecho de los buitres porque, efectivamente, el PP ha pasado de ser una gaviota a un buitre, alimentándose de carroña.

El proyecto de un partido liberal en España, que se las prometía como un espacio ineludible para borrar la casposa y rancia derecha, fruto del tardofranquismo y las alianzas con la Iglesia, ha fracasado de nuevo (ya en los ochenta el PP fagocitó a la Unión Liberal), engullido por un conservadurismo recalcitrante, esta vez ya sin máscara, que se sitúa en las antípodas de la democracia, potenciando el transfuguismo y comprando diputados, cargos y votos. El paso de políticos de un partido a otro, sin dejar su sillón, debería estar prohibido. Si el político se va, debe dejar su acta de diputado, concejalía o lo que sea. El Pacto Antitransfuguismo se ha vuelto agua de borrajas precisamente por donde más blando se vuelve. Por donde siempre, por la derecha.

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