De frente y por derecho

    11 nov 2023 / 08:59 H.
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    Los españoles somos un pueblo más templado de lo que se cuenta. Como los toros que pastan en nuestra tierra aguantamos tranquilos mientras no se nos provoque. En la plaza es el torero el que provoca la embestida para sortearla con su técnica y su arte propios, pero con el absoluto respeto a unas reglas previamente determinadas. Otra cosa conllevaría la bronca del público y la denuncia de la autoridad. El problema aquí y ahora en el ruedo ibérico, es que para Pedro Sánchez eso de la autoridad –legal, moral o judicial– es un concepto volátil si son otros los que la tienen y no coincide con sus pretensiones. Y habiendo predicado lo contrario en campaña, negocia lo innegociable, incluyendo la llamada amnistía, a cambio de los votos para ser presidente. Ya el solo hecho de poner en la mesa esa “carta” es una indecencia. Y más cuando es seguro que conoce la indignación que a la mitad de sus compatriotas nos produce esta situación.

    Con el cuento de la concordia catalanista –nunca garantizada– y la demonización de la derecha –que ahora es todo lo que no esté a su izquierda– se está consolidando una ruptura política, que puede ser el principio del fin de la concordia social que tanto tiempo nos ha llevado a todos en el mismo barco. Hasta en el ámbito familiar es algo que vamos notando. Que alguien, que quiere ser presidente del gobierno, no sepa que su actitud puede estar alimentando la llama de la discordia entre nosotros, sería una grave falta de responsabilidad. Pero sería aún peor que lo supiese, y aun así persistiera en su actitud, porque pensase que la discordia le conviene. Ya lo dijo en su día Zapatero a Gabilondo, “nos interesa que haya tensión”.

    Que gobierne la izquierda puede gustar a unos más que a otros pero no es algo por lo que habría que preocuparse más allá de la propia ideología o conveniencia. De hecho, ha gobernado en España más tiempo que la derecha. Ahora bien, que, para gobernar, sus dirigentes, se atrevan a llegar a donde están llegando, resulta indignante para cualquier español medianamente ecuánime, sea de donde sea o piense lo que piense. El apego a un partido o el rechazo a otros no pueden justificar nunca romper las reglas de juego más elementales. Ni política, ni jurídica, ni legalmente, cabe tal aberración. Y caer tan bajo “para que no gobierne la derecha” evidentemente no parece democráticamente justificable. Porque lo que se ha firmado con prófugos de la justicia, independentistas, exterroristas y supuestos izquierdistas, parte de ello fuera de España, es un ejercicio de verdadera piratería política. Es un vulgar e indecente trato mercantil para que Pedro Sánchez siga en el puesto a costa de desmontar todo el soporte jurídico y moral que cualquier sistema político –en cualquier estado– necesita para sobrevivir. Y en el caso de una democracia con mayor razón.

    A nadie debería extrañar a estas alturas la arrancada colectiva que se va a producir en nuestros pueblos y ciudades. Porque la bravura, en contra de lo que se pueda pensar, no es un comportamiento atacante sino defensivo. Se produce cuando el toro se considera ofendido, básicamente porque alguien ha invadido el terreno en el que él se siente seguro. Es entonces cuando los toros –o los pueblos– se ponen a embestir. Eso sí, con la verdad por delante, “de frente y por derecho”, que es lo que está faltando en todo este proceso.

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