De ellas, su derecho
El feminismo, que nadie lo dude, ha sido el movimiento social más radical e importante originado por la humanidad como tal. Daba a la mitad de la población la posibilidad de existir, primero, en igualdad de condiciones y, segundo, como desarrollo de su propia voluntad. Para ello, abrió, con dificultades, muchas resistencias, un debate a todos los niveles, desde quién y cómo es, si camionero o camionera, o hasta por qué el salario es inferior. Pero lo que fundamentalmente hizo y hace el feminismo es plantear y analizar qué es una mujer y discutir seriamente el alcance de las mujeres como seres funcionales. En este camino, hecho por las mujeres, que han puesto vidas, cuerpos y dolor, los hombres hemos jugado diferentes papeles, en cierta medida complejos. No sólo porque el feminismo pone encima de la mesa la idea de que el poder es fundamentalmente un sistema masculino que elabora, a través del machismo y el patriarcado, un mundo injusto y desigual, sino porque no es fácil dejar de ser lo que de una manera u otra los hombres creen que son de manera natural. Por eso, duele que ciertos hombres de izquierda, feministas y progresistas, se hayan comportado de manera deplorable y asquerosa. En última instancia, nada conseguiremos si la palabra y la acción no están en la misma sintonía. El resto es teatro del malo.