Cumbre de buena fortuna

16 feb 2017 / 11:44 H.

Somos seres sociales, nos guste o no. La degradación de los espacios públicos supone la degradación de los espacios privados, porque se encuentran íntimamente relacionados, y cada vez que los separamos, aunque solo sea teóricamente, aunque solo sea para analizarlos, cometemos el error de las ciencias exactas en este mundo especializado que ha desunido el conocimiento en falsas parcelas, como si se tratara de compartimentos estancos. El capitalismo, en su incesante y deliberada profundización en la herida del sujeto contemporáneo, romántico, que busca e indaga en su interior sin encontrar nada más que vacío, siente la necesidad de una libertad individual que solo puede aparecer y mostrarse falaz si no se halla vinculada a la libertad colectiva, con la ausencia de explotación en la balanza desigual de los mercados. He ahí el drama de esta sociedad, que repite incansablemente los dogmas y consignas del “no hay para todos”, “no todos somos iguales”, etcétera, proclamando la desigualdad como una realidad justa y natural. La progresiva tecnificación de las profesiones y los estudios, imprescindible en el motor del desarrollo, sin embargo tiene una doble moral cuando se trata de las humanidades, ya que estas no se rigen por la precisión de las cifras. Cada vez hay menos personas que se interesan por las letras, decantándose por los números en una disociación nociva para cualquier formación que pretenda considerarse mínimamente integral. La ideología imperante ha difundido el bulo de que no todos los seres humanos merecemos vivir bien, pues ya se sabe eso de que “siempre habrá clases”, y hay gente muy vaga y perezosa que no trabaja y quiere estar chupando del bote del Estado de Bienestar, pues los que pagamos impuestos estamos hartos de alimentar barrigas subvencionadas, y blablablá. De tal modo que esto se repite hasta la saciedad, llevándolo hasta las últimas consecuencias en el recorte de derechos que garantizan —o garantizaban— cierto equilibrio. Nosotros ya nos hemos acostumbrado a vivir con la crisis, y donde antes había tres ahora hay uno. Pero luego hay otros, oligarcas y aliados del poder, que antes tenían tres y ahora siete, o diez. ¿Cómo puede ser? El presidente del BBVA ganó 13.424 cada día de 2016, según una noticia reciente. ¿No resulta obsceno? Así que con este panorama no podemos sino replegarnos en una forma de entender lo colectivo directamente relacionada con el individuo, el fragmento que da cuenta del todo y la búsqueda exterior de aquellas cosas que restituyen nuestras insuficiencias. Tarea titánica y quizás imposible, pero no por eso debemos dejar de soñar nuestro horizonte de expectativas morales. Mientras tanto, habría que darles un toque de atención —de una vez— a todos esos personajes interesados, oportunistas y fantasmagóricos que se les llena la boca con discursos hueros. No habría que transigir con esos mequetrefes que van de simpáticos y que siempre quieren estar en la pomada, modernitos de salón, cabestros de la manada, vendedores de humo que desde su altarcito se sienten como lazarillos mirando de reojo el hambre, las estrecheces y la pobreza de las que han salido, felices por haberse abierto paso a codazos, haber pisoteado a los que se les interponían, casados con la criada del Arcipreste y sin más preocupaciones, con prosperidad y en la cumbre de toda buena fortuna.