Cultura y Educación

23 abr 2022 / 16:43 H.
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La palabra cultura procede del radical latino “cult-” (verbo colere, supino cultus), cuya significación etimológica es “cultivo”, tal como persiste en términos como “agricultura”, “colombicultura”, y también “culto” en sentido ritual. Pero si nos adentramos en el término de cultura, vemos que éste conlleva dos significados. El primero es más antiguo y significa la formación del ser humano, su mejoramiento y perfeccionamiento, se entiende aquí la cultura en sentido subjetivo: su adquisición, la formación del hombre mediante el saber, hoy diríamos la cultura educativa. El segundo significado indica el producto de esta formación, esto es, el conjunto de los modos de vivir y de pensar cultivados, civilizados, pulimentados a los que se suele dar también el nombre de civilización; se entiende aquí la cultura en sentido objetivo: los productos culturales. Por otra parte, y siendo conscientes del peligro conceptual que conlleva definir la educación, debido a la complejidad y a la confluencia de matices y elementos que implica, la podemos considerar como un proceso intencional y permanente dirigido a la persona en su conjunto con la finalidad de alcanzar su perfeccionamiento que se desarrolla en múltiples ámbitos para favorecer y potenciar su participación en un contexto social concreto. Este concepto de educación se complementa con dos puntualizaciones que es preciso destacar: por una parte, el contexto social que condiciona y determina la selección cultural y formal a desarrollar en cada momento histórico; por otra, las instituciones educativas que se han convertido en las entidades encargadas de organizar y desempeñar la función educativa para todos los miembros de las futuras generaciones de la sociedad.

Este proceso de educación se construye a partir de dos pilares que interactúan en él: la individualidad del ser humano, como ser singular y único; la sociedad, como configuración cultural en la que se desenvuelve y desarrolla esa persona. Es un punto de encuentro entre los intereses particulares y concretos de cada persona y los intereses de la sociedad para incorporar a cada una de estas personas en un contexto ideológico y político determinado, tanto en los aspectos culturales (conocimientos artísticos, históricos, filosóficos y científicos) como formales (intelectual, social, afectivo y actitudinal) de cada comunidad en un momento concreto. La cuestión radica en ¿quién toma las decisiones en materia de educación? Para responder a esta pregunta no podemos olvidar que la educación tiene una vertiente social y un relevante papel en esta sociedad que refleja un conflicto de intereses y fuerzas que gravitan sobre el sistema educativo en un momento dado y vienen a expresar los valores dominantes de una sociedad y los fines que ésta asigna a las instituciones educativas. En esta línea de pensamiento queremos remarcar cómo los contenidos de la educación, los contenidos y significados culturales, se deciden fuera del ámbito didáctico por parte de agentes externos a las instituciones educativas. Es algo palpable que podemos ver en los recientes cambios que se están produciendo en el desarrollo de la nueva ley de educación (nuevos bloques curriculares, nuevas directrices en la evaluación...). Se refleja, pues, una división de funciones que provoca una parcialización científica de la actividad educativa y separa lo que ocurre dentro y lo que acontece fuera del sistema educativo, provocando un entorpecimiento de la comprensión global del proceso. La realidad actual del pensamiento educativo nos propone superar esta falsa dialéctica, pues el debate teórico es condición para disponer de un bagaje coherente de ideas que nos capaciten mejor para el entendimiento de cómo funcionan las prácticas reales de la enseñanza, y nos ayuden a mejorar nuestras propuestas de acción. Hay que suprimir ese mecanismo mental, tan fuertemente asentado, de que la discusión teórica es tarea de unos, y la propuesta de respuesta práctica a problemas corresponde a otros.

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