Cuentos de miedo

    10 jun 2023 / 09:00 H.
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    Estamos todavía intentando analizar y digerir los impactantes resultados de las pasadas elecciones y de sopetón nos encontramos con una nueva cita electoral que nadie esperaba. Puede que hablar de este asunto fuese casi obligado en un artículo de opinión a día de hoy, pero me voy a tomar la libertad de no hablar de política, ni de políticos, ni de nada que haga referencia a ellos, por la sencilla razón de que parece que desde todos los ángulos ideológicos nos toman por tontos retorciendo la realidad, culpabilizando al pueblo de sus garrafales errores y tergiversando el sentido del voto emitido con un discurso demagógico que resulta ser un cuento de nunca acabar, ese cuento de pan y pimiento que nunca se acaba que decíamos antaño.

    Hablar de cuentos de niños, aunque sean de miedo, me parece mucho menos estresante, y ahora de repente se me vienen a la mente aquellos de mis tiempos de infancia cuando nos decían que, si te portabas mal y no obedecías a los mayores, te podían suceder cosas horribles, ya que había varias posibles alternativas en el bestiario popular, como son el coco, la marimanta, el sacamantecas y otros muchos, a cuál peor. Como niños que éramos, lo creíamos a pies juntillas y luego lo comentábamos unos con otros, aumentando los hechos, las imágenes soñadas y añadiendo nuevos detalles imaginarios que se convertían en mitos casi reales.

    Uno de esos cuentos era el de la omnipresente marimanta, que siempre merodeaba por los alrededores de todos los pueblos y, en el mejor de los casos, podría aparecérsete de repente y darte un susto de muerte que te dejaría alelado de por vida, cosa nada agradable para unos chiquillos inocentes a los que les gustaba correr por las eras, jugar al balón con los amigos y, en las noches de invierno, leer tebeos de hadas amables y aventuras arriesgadas. La marimanta era temida por propios y extraños, unos decían que era un espectro, un alma en pena que salía del cementerio vestido con un sudario blanco para llevarse a los vivos en busca de venganza, otros que era como un fantasma de sayas negras y harapientas, una especie de bruja maligna cuya sola visión producía un terror insoportable y dejaba huellas mentales y secuelas incurables, aunque de hecho se decía que nadie que la hubiese visto había llegado a poder describirla.

    El peor de los posibles horrores era que viniese el hombre del saco, al que se conocía como sacamantecas, con su saco grasiento a la espalda y su faca bandolera de siete muelles en la cintura, escondida entre los pliegues de la faja. Esto ya era algo más tangible y serio porque en aquella época de miseria profunda muchos desamparados de la fortuna con aspecto desaliñado y sucio a causa de sus lamentables condiciones de vida, solían vagar de pueblo en pueblo pidiendo de puerta en puerta y recibiendo las más de las veces un brusco portazo y un “perdone por Dios hermano” como dádiva. En ese momento, alguna que otra vez se les decía a los niños que podía tratarse del sacamantecas disfrazado y que había que tener mucho cuidado con él porque era muy peligroso y los metía en el saco y luego los mataba.

    Los mayores utilizaban la posible existencia y aparición repentina de estos personajes para poner barreras físicas a las tropas infantiles que sabían hasta dónde los padres consideraban era seguro salir por los alrededores y pocas veces se atrevían a ir más allá de los límites impuestos y sobre todo de volver tarde a casa sin ir acompañados.

    Con esos cuentos infantiles y otros parecidos nos quieren hacer comulgar ahora algunos de esos avispados que intentan llevar el agua a su molino sin decirnos de dónde van a sacar el trigo para moler y de qué manera se va a repartir la harina de la molienda. Ya está bien de agitar fantasmas, señores políticos, porque ese es su juego cuando nos hablan a todos de las consecuencias de elegir a ciertas opciones políticas a las que identifican con el tío mantequero o con la temible marimanta. Seamos serios porque ya somos adultos, hablemos de la honradez imprescindible, la gestión eficaz y el buen gobierno, llamemos a las cosas por su nombre, déjense de cuentos, expliquen ustedes sus programas y votemos todos en libertad y en paz. De eso se trata, no de asustar a nadie, sino de convencer con proyectos de futuro y progreso para todos.

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