Cuento del Everest

    02 jun 2019 / 11:16 H.

    Érase que se era que el hombre, sabiéndose falto de algo, incompleto, no lleno, buscaba y buscaba en mil cosas para tratar de satisfacer sus ansias de felicidad o, sencillamente, pasar su tiempo con “cosas” que le gustasen. Una de esas cosas para satisfacer su “felicidad”, o cubrir su tiempo, era realizar actividades cuanto más novedosas o incluso riesgosas puedan estar al alcance de su mano. Y entre estas actividades novedosas o riesgosas estaba esa “locura” de subir a la montaña más alta del mundo, al Everest, buscando no sé qué subidón, y, además, en grupo numeroso, eso aparte de gastarse un pastón; aunque cada uno es muy libre, que para eso Dios nos concedió el preciado bien de la libertad. Pero ya habrá oído usted, mi querido amigo lector, que en estas “excursiones” que últimamente se están haciendo a la cumbre del Everest, está habiendo muertos. Pero es que todos esos excursionistas, estoy seguro, si pudieran ir más al “exterior”, lo harían, sin darnos cuenta, y ya me voy mi querido amigo lector, de que lo que hay que llenar, lo que hay que buscar, es en nuestro interior, es el alma con el Dios Padre que la creo, que, junto a la Virgen María, quieren vivir con nosotros. Digo yo.