Cuando toque la recuperación entonces cerrarán ciudades y fábricas

23 mar 2020 / 08:57 H.
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Ayer fue el día de enterarme de cosas: se va a proponer prolongar el Estado de Alarma quince días más; a un conocido le cancelan el vuelo de regreso a España desde Latinoamérica; José María Aznar, bigotes y cola incluidos, tarda poco en huir a Marbella; de que mi padre dice con orgullo que me quedé en Madrid en un acto de responsabilidad y solidaridad que nadie me pidió. Sí, claro que voy a hablar de responsabilidad y solidaridad. Esas mismas de las que carecen todos aquellos que corren a refugiarse a la costa o al campo, desde las grandes ciudades eludiendo asumir sus deberes como ciudadanos, pero exigiendo sus derechos. Esas mismas que el Gobierno, hasta que no vio las actas de defunción, prefirieron evitar. Así que no, esto no habla bien de mí, habla muy mal de mucha gente, entre ellos, como ya cité antes, del que orgullosamente presumiera habernos hecho invadir y saquear a un país que ni nos va ni nos viene: Iraq. Con ese ejemplo, José María, da gusto pedir calma.

Pero es que esto va más allá. No es sólo una crisis, es un conflicto generacional. Me explico. Hay una crisis a nivel mundial, se reúnen todos los países para llevar a cabo una serie de protocolos que se comprometen a cumplir, de manera que el problema se vaya paliando hasta que se extinga. Pero, tras cada reunión, los resultados son siempre peores, las promesas cada vez menos elaboradas y, de vuelta a casa hasta la siguiente. No, esperad, aún no estoy con el covid-19, estoy hablando de la crisis medioambiental, el cambio climático. Y es que esto es, las dos generaciones de arriba, abuelos y padres, haciéndoles un gran corte de mangas a los hijos mientras les dicen que a ver si crecen, que en sus tiempos estaban ya casados, hipotecados y tratando de pisar los cuellos vecinos mientras encogían el propio. Ah, sí, la pandemia, perdón. Resulta, que, si le damos la vuelta a la fotografía, la mierda va hacia arriba y, ¡oh!, ya no es tan divertido. Estos ancianos roqueros y sus hijos metaleros son más vulnerables que los débiles poperos de sus nietos e hijos respectivamente. Pero aquí sí, aquí toca la solidaridad, no vaya a ser que perdamos a nuestras anteriores generaciones. Y es que ver al insolidario pidiendo solidaridad es igual de hipócrita que al irresponsable pidiendo responsabilidad. Pero claro, a mí, que soy el ciudadano más anodino de la provincia más olvidada de España, ¿qué vienes tú a contarme de grandes figuras y las decisiones que toman? Pues tienes toda la razón, trabajador de a pie cuyas minúsculas acciones poco pueden hacer para diluir los grandes hados del destino y sus planes. ¿Quién soy yo para decirte a ti que ni si quiera votas, lo que puedes o no puedes hacer? ¿Quién soy yo, que salgo a comprar lo imprescindible, para decirle a cualquier persona que saquea los supermercados, que llenando su despensa, solo comerá ella? Y, bajo ningún concepto, sería yo, el que increpara a nadie por limpiarse el culo con cualquier recomendación o advertencia hecha por autoridades competentes.

La solidaridad tiene el mismo valor para los bancos, que la responsabilidad a los políticos. ¿Qué nos mueve pues? Hablemos del miedo. Suelo filtrar todo lo que veo, leo y juego, pues si bien el dinero invertido puede ser amortiguado, la pérdida de tiempo te la comes con patatas. A pesar de todo, hay veces que por unos canales u otros consiguen colarse auténticos sumideros de tiempo. Es el caso de un artículo en este mismo periódico la semana pasada en el que quería hacer símiles con el siglo pasado, siempre, claro está, dedos cruzados a la espalda, mientras impunemente juraba veracidad y honor sobre su sagrado libro. ¿Te gusta sesgar la historia? Yo desayuno farsantes con cacao cada mañana. Vamos allá. Que sí, que llevo viendo el elefante azul desde que se sentó con nosotros, igual que el Gobierno. ¿Y sabéis por qué creo que no se ha cerrado Madrid aún? Por miedo. Pero cuidado, no por miedo a que la sociedad española abandone a su capital en un momento de necesidad; ni mucho menos, porque la ciudad fuera a caer por sí sola demostrándose su gran dependencia de la estructura externa. No, eso son cuentos de viejos y viejas. Madrid ya estuvo sitiada, aislada del mundo y siendo un bastión el siglo pasado. El fascista Emilio Mola se regodeaba con reporteros estadounidenses en una cafetería de que tomaría la capital en una mañana. Pero es que eso que nos contaron es mentira. Madrid no estuvo sola, Valencia, Andalucía, Cataluña, Murcia, Aragón, La Mancha y la Unión Soviética, le dieron a la capital una espalda en la que apoyarse y plantarse con los fascistas, decirles hasta aquí llegan vuestros salvajadas. Eso es lo que da miedo, recordar el ¡no pasarán!, los tres años de guerra, con los que el general Vicente Rojo, humilló al autoproclamado caudillo. Sí, exagero mucho, y ya estoy con mis batallitas de la edad, por eso Vox celebró con un “hemos pasado” el nombramiento del alcalde cebolla en Madrid. Así que no es miedo a que la capital caiga, es miedo a levantar toda la propaganda y mentiras que se nos han contado desde entonces, transición incluida. Que después de casi un siglo descubramos, que Madrid no cayó.

Recapitulemos: Nos reíamos de los chinos por inútiles cuando se contagiaron. Como nos estábamos riendo tanto que no podíamos mantener el metro de distancia o llevar mascarillas, pues pasó. Mejor decirlo que no decirlo. Y ahora, que parece que es serio, que tampoco te creas tú todo lo que dicen por ahí, que yo al microbio, aún no lo he visto y mira que me sigo emborrachando cada fin de semana, y varias veces, además, pues ni por esas. Como decía, ahora, a pesar de no confirmarse su existencia, empezamos a salir menos o evitar, en la medida de lo posible, cualquier contacto salvo que sea imprescindible. Sí, ahora, que toca contención, cerrar ciudades y aislar núcleos de infección. Pues sí, me parece una idea genial lo de las mascarillas, y mucho.

¡Esperad, esperad, qué no se puede hacer aún más el ridículo! ¿Qué no se puede superar el llegar tarde al pasado? ¿Cómo qué no? ¿Ni si quiera volviendo con un exceloso que nos promete que ha cambiado y que nada será igual? Atentos: la recuperación. Porque sí, ahora es todo negro, pero habrá que pensar en el gris al final de camino. ¡Lo tengo! Los bancos españoles. Nos devolverán a los ciudadanos la ayuda que les prestamos cuando jugaron con nuestro propio dinero. Sí, yo también me he sonreído al escribirlo. ¿Cómo podemos ser tan estúpidos? Ahí se verá que tenemos un estado débil, basado en el turismo y la agricultura. Sí, como los países subdesarrollados, pero en pleno Occidente. Estos días, he jugado mucho a “Paz Renacentista”, un juego de mesa, en el que, imitando a los banqueros renacentistas, emplearemos reinados y repúblicas a nuestro antojo para enriquecernos por el camino, siendo los apellidos familiares, las guerras religiosas, o el comercio, excusas tan válidas como cualquier otra. Al capitalismo, España le da igual.

Pero no hay plan, a ver cómo afrontamos la entrada del mes de abril. A ver cuánto tiempo es capaz el Estado de sostener a sus ciudadanos con el tesoro público mientras esas magnánimas empresas siguen exigiendo el pago de facturas y alquileres. En Francia hace días que tomaron medidas, aquí, es que la derecha tiene mucho miedo de que se le vean las orejillas peludas y la sangre bajo la piel de corderito.

Los vídeos de la teoría de la conspiración siempre tienen su público, pero entre los derechitos, echarle la culpa a los chinos, es simplemente recibirla al pie, y botando. Lo peor de todo, es que los derechitos, son siempre lo mismo, buscar culpables. Pero lo que de verdad les pasa es que están molestos porque no pudieron apostar en esta crisis, nadie les dio el chivatazo, como en la de 2009. Me acuerdo de esa, era joven, pero no tanto. Los hermanos Lehman, la cabeza de turca para explicar por qué los bancos poseen un montón de pisos en propiedad (vacíos) por los que cobraron hipotecas y terminaron desahuciando a las familias en ellos. Negocio redondo. Y es que los derechitos, también son españolistos, y, es que con sus franquitos, no se juega. El problema que tenemos no es de continente, no es de contenido. Daba igual lo que viniera, la estructura social y económica que tenemos se iba a venir abajo ante la más mínima. Para los franquitos, ya sabéis, esos que son además, derechitos, españolistos y catoliquitos, las estructuras funcionan, son los rojos, los que no tienen ni idea de gobernar: con los ciudadanos, ya estaríamos curados; con los peperos, buah, nos salían a devolver los enfermos; no digamos ya con los voceros, con esos, espada en mano, habríamos ahuyentado a los microbios. Sí, he dicho con espada en mano. ¿A qué no sabíais que se podían matar las células con valor y fuego divino? Yo tampoco, la verdad.

Cerraría de forma esperanzadora, con un, ¡a por ellos, oe!, pero es que pasa una cosa, esto no es el deporte que atonta tres o cuatro veces por semana, esto es la vida real, y el día uno, como cada mes, habrá que pagar el alquiler y las facturas. Cada semana hay que ir al supermercado a comprar comida. Cada día habrá que ver quiénes son los nuevos infectados y quiénes han fallecido por la enfermedad. Así que no, voy a ser directo: Cuando hubo que aplicar medidas de prevención, nos reímos de China, por atrasados; ahora, que hay que aplicar medidas de contención, se sugieren las mascarillas y la reclusión; y cuando nos toque la recuperación, ahí será cuando cerremos ciudades y fábricas. Ni estábamos preparados, ni respondemos a la altura.

Pandemia, 2 - España, 0

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