Cuando te encontré
El tiempo me llevaba de la mano como si un beso de seda acariciara mi piel. No conocía tu aroma, tu voz, ni tus latidos. Cuántas veces el camino cambiaba, los adoquines de las calles, la tierra, el asfalto o la grava pasaba... mientras mis pasos se posaban sobre la superficie de los días. La vida crecía en los años del calendario inquieto, colgado en el muro donde el tiempo se hace adulto, y deja olvidado en el cofre de los recuerdos los primeros compases, donde la infancia ha quedado dormida entre primeras palabras y las risas llenas de vida. Aún no había sentido ni experimentado el dulce canto que me llevó a ti. Con el paso del tictac sonoro fui recorriendo el camino del tiempo, avanzando unas veces más de prisa que otras y te fuiste desvelando, poco a poco, como una niebla espesa que se va diluyendo, dejando percibir el entorno que nos rodea. Todo me hablaba de ti, como un poema, como un acorde tierno, como una danza, como un tranquilo sueño. Te veía en tantos sitios... mas, mis ojos no eran capaces de hallarte. Aun no era el momento. Empecé a descubrirte, aunque no entendía cómo lo que aprendía de ti, se iba distanciando de lo que mi corazón iba percibiendo. El todo donde te hallé, era un inmenso bosque de diferentes formas, de espesura, de sonidos, de música y por qué no, de ruidos que impedían acercarse. Todo era importante, incluso aquellas ideas que no favorecían mi crecimiento. También ellas me hacían ver más allá de sus discursos. Una tarde de primavera, cuando abril soñaba entre terciopelos y encajes, atravesé la puerta y se abrió para mí un lugar diferente, tu canto dulce fue surgiendo desde el jardín hasta lo profundo de mi ser. Entonces te vi en la niebla, escuché tu voz entre miles sonidos que interrumpían el encuentro. Mas no cejé un instante de intentar, y no fue fácil, ir borrando lo que molestaba y me centré sólo en el canto amable y dulce de tus latidos. Bastaron unos segundos, un pequeño compás de emociones, para percibirte. La mañana templaba sus momentos bajo un cielo azul con el sol del mediodía. Y donde antes no podía verte se iluminó, despejándose las sombras. ¡Qué ciega había estado hasta entonces! Pasó la brisa cuando te encontré.