Crónica del derrotado

29 dic 2020 / 15:06 H.
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Tic-tac, tic-tac, el tiempo se le acaba al año 2020 y su futuro es incierto. La cuenta atrás avanza, imparable y él no sabe dónde meterse. Su popularidad está por los suelos. Ha sido unánimemente considerado uno de los peores años que se recuerdan y posiblemente sea el periodo más aciago, en general, de nuestras vidas. El viejo 2020 echa la vista atrás, y los remordimientos le atormentan. Aunque también hubo cosas buenas (niñas y niños que nacieron, momentos de dicha puntuales, muestras de generosidad entre las penalidades....) pero para la mayoría ha sido, sin duda, un año para olvidar.

“Yo he hecho lo que he podido. No han sido fáciles las circunstancias”, se justifica el atribulado 2020 ante los pocos que le quieren oír. “Yo no tengo toda la responsabilidad de lo que ha pasado, al fin y al cabo gran parte de la culpa es de mis predecesores, ya sabéis que yo tenía poco margen de maniobra por la herencia recibida”, se justifica abrumado por su sórdido fracaso, pero una cacerolada y sonoros abucheos silencian su improvisado discurso. “¡2020, eres una desgracia!”, le recriminan los que se cruzan con él mientras circula en su coche, apurando sus últimos actos institucionales. Los incidentes son continuos allá por donde va. Y a causa de su enorme impopularidad, las medidas de seguridad a su alrededor son excepcionales. Nadie se le puede acercar, están activados todo tipo de protocolos para garantizar que el año cesante culmine sus últimas horas sin graves sobresaltos.

Son tantas las amenazas que ha recibido, y ha generado tanto odio y resentimiento que sus guardaespaldas extreman su celo ante los numerosos indignados que tratan de romper el cerco de seguridad para intentar insultarle o incluso agredirle. Pero en cuanto el 31 de diciembre a las 12 de la noche expire su mandato y deje de gozar de protección oficial, sin duda será vapuleado sin piedad por una multitud furiosa. Hay quien, tras acercarse al enorme reloj de arena que simboliza su reinado cronológico, desearía romper el cristal protector que lo envuelve y lanzar toda la arena que contiene para que el aire la esparza y no quede ni una brizna de su memoria. Pero, pasada la rabia inicial, las aguas volverán a su cauce, y el destronado año ocupará el lugar que le corresponde entre las viejas glorias del pasado. Y entonces, tal vez escriba sus memorias, tratando de redimir su aciaga biografía. Y a partir de entonces llevará una vida gris de jubilado.

Hasta ahora, los que le han precedido en el cargo se han marchado al acabar su periodo de actividad, y tras el homenaje preceptivo con celebración incluida en Nochevieja, se les ha despedido con una palmadita en la espalda para que se retiren, los finiquitados años cesantes, a pasar una plácida jubilación en los amplios estantes de la historia. Y aunque a este año 2020 no se le podrá desposeer de ese puesto honorífico de por vida, en el salón dorado de la memoria colectiva, los responsables de la salvaguarda de tales reliquias del pasado se encargarán de relegarlo a un lugar incómodo en el que, el viejo año, expíe sus culpas. Y es previsible que vaya a ser únicamente citado y señalado para relatar el largo inventario de agravios y pérdidas que ha acumulado a lo largo de los penosos meses en los que ha estado vigente.

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