Cosechando tamarindos

12 ene 2018 / 08:46 H.

Existe un antiguo refrán africano según el cual “quien planta tamarindos no cosecha tamarindos”, debido sobre todo a que este árbol tropical tarda casi un siglo en dar sus primeros frutos.

Un cuento tradicional africano nos relata también cómo una vez un muchacho adolescente vio cómo un anciano de su aldea estaba haciendo hoyos para plantar matas de este árbol. El muchacho, con insolente inocencia, le preguntó al viejo campesino: “Abuelo, ¿para qué planta tamarindos si nunca los va a poder cosechar?”. El anciano campesino, con su infinita sabiduría y experiencia, le respondió con una sonrisa en su rostro: “¿Por qué no te vas a hacer puñetas, zagal? ¡El terreno es mío y planto lo que me da la gana!”.

En la versión original del cuento, la respuesta del abuelo fue mucho más contundente y poco decorosa.

Lo cierto es que, desde un tiempo a esta parte a la gente mayor, los viejos, los veteranos, los pensionistas, eufemismos aparte, se nos hace aparecer ante el resto de la sociedad como los culpables de que la economía vaya mal. Es recurrente que el tema de lo vacía que esta la “hucha de las pensiones” circule de vez en cuando con el mensaje subliminal de que estamos tan mal porque hay que pagar a los “parásitos” de los pensionistas. O los hospitales y los consultorios están colapsados porque los viejos para no aburrirse no hacen otra cosa que irse a “echar el rato” con el médico. Como si el desastre ocasionado por el aparato corrupto que rige los destinos de este reino de Trinconia no tuviera nada que ver en ello.

Desgraciadamente estamos a un paso de que cualquier iluminado, de esos que dicen que las autopistas (previo pago de 12 euros el trayecto) se colapsan cuando nieva porque los españoles salimos de viaje y no nos quedamos en nuestras casas por el mal tiempo, comience a justificar todo este desastre económico con el hecho de que hay viejos que se ponen enfermos y a los que hay que mantener y cuidar, aunque míseramente la mayoría de las veces. En los años sesenta del pasado siglo, cuando comenzó a fraguarse el desarrollismo económico español, el llamado franquismo sociológico de la época desprestigió tres cosas y desubicó otra: Se desprestigió el mono azul de trabajo como algo indigno. La consecuencia primera de ello fue que se devaluó la formación profesional, creándose una carencia de mandos intermedios bien formados y un exceso de frustrados con titulación universitaria. Curiosamente, los ingenieros de la NASA llevan monos de trabajo y fueron capaces de llevar el hombre a la Luna.

Se desprestigió la bicicleta por las connotaciones que evocaban los años de hambrunas de la posguerra, y con ello el respeto al medio ambiente. Vivir o ser de pueblo se estigmatizó. Ya se encargó el cine ramplón de la época de multiplicar peyorativamente los sinónimos del honorable adjetivo de lugareño. Los niños de la época querían hablar “finolis” como los de Madrid, escondiendo así el “pelo de la dehesa” del mundo rural. Con ello se difuminó la cultura tradicional como patrimonio colectivo heredado y seña de identidad

No menos grave fue desubicar a toda la gente mayor, a los abuelos. Muchos de ellos acabaron viviendo en pisos pequeños en los cinturones dormitorios de las grandes ciudades. “Estorbando” y sin poder transmitir a los nietos un estilo de vida sin mala leche y sin rencores, como ha ocurrido en todas las culturas en las que a los mayores se les ha tratado con respeto y desde la veneración. Mucho me temo que los ideólogos de esta sociedad global de mercados inhumanos, gobernantes corruptos e insensibles, filósofos de salón y nacionalistas insolidarios, ya estarán pensando en establecer una obsolescencia programada para todos los que no seamos “rentables” por cuestiones de edad.

Será el momento de comenzar a plantar tamarindos. No veremos sus frutos, pero llegado el caso sí podremos ver colgando de ellos a quienes están empeñados en convertir nuestro mundo en un vertedero de emociones insensibles e inhumanas. La Revolución de los Tamarindos no suena tan mal para definir una época decisiva de la Historia en el siglo XXI. ¿Verdad?