Cortita y al pie
El fútbol tiene tanta trascendencia en la vida de la gente que resultaría absurdo definirlo o tratar de buscar la razón del tal hecho. Como diría Sartre, simpatizante del París Saint Germain, la existencia precede a la esencia; y de la misma manera que el hombre primero nace y acaba definiéndose, el fútbol no necesita definirse para llegar a sentirse. Cuando estamos en un campo o animando desde casa, sentimos pertenecer a un colectivo donde se omiten las inclinaciones políticas, los prejuicios y, por noventa minutos, hasta nuestros problemas. Cuando estás en el estadio intercambias miradas de desesperación y abrazos de alegría con personas a las que no conoces, acabas diluyéndote en los instantes previos a gritar el gol en una experiencia tan sencilla como reconfortante. El fútbol, como la vida, se suele decidir con grandes decisiones individuales o con jugadas en equipo, donde no siempre el resultado es justo; y quizá lo interesante no sería solo pararnos en las decisiones polémicas y criticar al que tiene ventaja sobre nosotros, sino aceptar que aceptar el resultado es una forma respetar al juego y, más aún, al propio jugador.