Coordinador de intimidad

    27 may 2023 / 10:19 H.
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    Últimamente aparece en los rodajes cinematográficos la figura del “coordinador de intimidad”. No es sino el coreógrafo de los movimientos erótico-festivos de los protagonistas cuando se dedican al bello arte del sexo compartido. Él indica el ritmo, la posición, el ángulo, la luz, los centímetros de piel, el jadeo más o menos contenido y con ello evita visiones descarnadas de áridas colinas escrotales, pobladas simas venusinas, alegres senos erizados u otros planos no deseados.

    Interesante oficio. Y no solo en los platós. La erótica del poder, ese ímpetu que, dicen, abduce a propios y extraños cuando se encumbran a la poltrona, empieza en un acto que tiene ciertas concomitancias con esos planos antes citados.

    El ingenuo —o ideológicamente resabiado— votante se acerca emocionado a la urna. Observa su hendidura cubierta por un pequeño papel que no la tapa por completo. Su ansiedad le lleva a juguetear con la papeleta. Llega el momento y levanta su sobre, enhiesto y acaso tembloroso. Lo aproxima a esa limpia ranura que se diría dispuesta a recibir su voto. Se retira el pequeño obstáculo que le priva de esa visión que enardece su espíritu —democrático— y como en un éxtasis irrepetible la introduce y nota que, en su interior, algo florece a la espera de que ese acto produzca el resultado soñado.

    Del otro lado, los que aguardan que la urna ofrezca el fruto de ese vientre en el que todos esperan quedar representados, viven en un estado de alerta indescriptible, ansiosos, con pulmones y corazones pasados de revoluciones. Votantes y votados viven esa placentera, excitante y, a la vez, turbadora experiencia. Los unos alcanzan ese orgásmico estadio en el que su voto adquiere cuotas de poder según la llamada electoral. Y los que ostentarán ese poder ya no caben en sí de gozo y explotan inundándonos de verborreas vacías y repetidas hasta la saciedad.

    Un coordinador de intimidad electoral sería de gran importancia para que los votantes depositen su voto con la seriedad, sensatez y juicio que la ocasión merece sin interferir en el libérrimo derecho a la opinión personal de cada cual, lógicamente. Los votados, asimismo, sabrían, con su consejo, comportarse como el mandato popular les ordena. El desenfreno ideológico, el “que no vengan los otros”, los balbuceos populistas, las dictaduras de los extremos, el rancio aroma de la corrupción, el brillo de la poltrona, el beneficio personal o el manejo inmisericorde de los fondos públicos para fines poco edificantes son obstáculos que provocan que ese supremo acto de emitir el voto y de recibirlo quede oscurecido y produzca desafecciones que a ningún buen puerto nos acercan.

    Como si de Ángeles de la Guarda se tratara, los coordinadores de intimidad electoral podrían elevar hasta el infinito la libre y personal capacidad de decisión y de elección o la criba de malas hierbas para coreografiar las buenas prácticas de gentes de a pie y de políticos. Los unos y los otros están, estamos, obligados a ese entendimiento casi erótico en el que damos y nos dan opiniones, propuestas, futuros, ilusiones y presencias.

    Pero no existen. Solos estamos frente a esa pléyade de políticos que conjugan perfectamente el verbo prometer y lo aderezan con el de olvidar. ¡Qué lástima! Con lo bien que esos coordinadores desarrollarían su labor frente a los votos que se hacen, bien con los ojos cerrados o con la nariz tapada. En un caso con la ceguera producida por un chute en vena de ideología desbocada. En el otro por la necesidad de obviar los desmanes que hacen los propios y evitar congraciarse con los aciertos de los demás. Todo un desafío para ese coordinador de intimidad electoral cuyos servicios se rifarían algunos para acercarse a la urna con todos los sentidos.

    La cita con las urnas es ya inminente. Mañana toca reflexión y el domingo ¡a votar! Que la diosa urna reparta suerte y que quienes vayamos a visitarla lo hagamos con
    sensatez, prudencia, seriedad y mirada de futuro. Así sea.

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