Convicciones malditas

    24 sep 2023 / 09:37 H.
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    En el ámbito jurídico no se generan problemas respecto de la formación de las convicciones. Para todo justiciable si proclama su inocencia debe de esperar a que el órgano jurisdiccional sentenciador, se cree su propia convicción y que, en ella prevalezca la prueba de que no se desvirtúe la presunción de inocencia, o bien que no exista prueba alguna que es otra forma de favorable prevalencia. La convicción no solo es acción de convencer sino también de convencerse, lo que nos adentra en un territorio psicológico de muy arriesgada andadura. El juzgador no debe tener problemas, aunque yerre, porque otros juzgadores o tribunales examinaran los elementos objetivos y subjetivos del injusto y la verdad, la certidumbre suelen imponerse. Pero existen otro tipo de convicciones: las religiosas, las políticas y las neutras, y si en las jurídicas la convicción se contrae a convencerse el juzgador y en las religiosas los principios de la fe son como los arbotantes de la convicción, en las políticas prima el verbo convencer. Y al igual que, según Jung, existe una inconsciente colectivo, también existen en el escenario político convicciones agrupadas en colectivos, cuya finalidad es convencer de manera que a través de esa suerte de convicción, generalizada, se vehicule la consecución del poder. La moral, la razón, el interés público, y la totalidad de los derechos que se significan en el título primero de nuestra Constitución, debieran ser los aglutinantes de estos colectivos de convicciones enfrentadas. Ello no es así. En este país se entrecruzan criterios contrapuestos, que son reflejo de convicciones viciadas por el empeño de crear convencimiento. Y creo que los interrogantes que tácitamente se nos formulan a todos los ciudadanos y en particular a los partidos de izquierda son insoslayables. Y ahí nace la convicción neutra aunque al parecer, al ser neutra, acaso no alcance la naturaleza de convicción. Pero es igual, nos vale para encontrar respuestas a innúmeras contradicciones. No me parece de recibo desechar objeciones en razón de la antigüedad o de la vejez de quienes en su día, lideraron tales formaciones políticas de izquierdas. Es necesaria otra exigencia: valorar el contenido de que en el año 23 de este siglo se pueda o se deba no aplicar a catalanes el beneficio de la amnistía, concepto éste que admite modalidades que todavía no conocemos, ya que no nos ha sido desvelado por el presidente Sánchez. Por cierto, con ocasión de las declaraciones de Guerra se ha producido un impacto negativo en la idea que la izquierda debe defender sobre la mujer. Tal vez el autor de “quien no salga en la foto...” se olvida de que lo que en otro tiempo, en el fragor de la taberna se consideraba un comentario jocoso, hoy día, con toda razón, es una manifestación absolutamente machista atribuible a Alfonso Guerra: “de peluquería en peluquería”.

    ¿Tienen sentido los análisis de Felipe González y de Alfonso Guerra sobre aquello que cabe considerar como una simonía del siglo XXI? Sí tiene sentido, pero desde la perspectiva de que el acuerdo constituye aparte de una tremenda humillación de quien aspira a ser reelegido Presidente de todos los españoles, una quiebra del principio de separación de poderes. Es cierto que al conflicto catalán debió de darse una solución política, en lugar de judicializarse. Pero se judializó. Y hubo condenas. Nada que objetar a los indultos. Pero la aplicación de la amnistía significa la ficción de que no hubo delitos y que en consecuencia haya que abonar miles y miles de millones del presupuesto español, es decir, de los contribuyentes en favor de quien fueron objeto de condena. La postura de Pedro Sánchez tiene por otro lado la justificación de dar continuidad a un gobierno de progreso realizando cuantas estrategias resulten, a su juicio convenientes, incluida la modificación de nuestra carta magna, la cual es básica para nuestra democracia, pero tampoco son las tablas de la Ley de Moisés. En el propio texto constitucional esta prevista cualquier modificación sin que por ello se rompa España. He ahí los dos extremos de una convicción maldita.

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