Convicciones
La locutora de radio mostraba cierta nostalgia al expresar que antes, cuando se programaba música en su programa, veía a los compañeros acarrear torres de vinilos o CDs, en cambio ahora solo sugerían playlist y finalizaba diciendo que le daba mucha pena esta situación. No se entiende la nostalgia de esta persona si no es por la seguridad personal que percibe en el convencimiento de que este hecho cotidiano en su vida profesional es lo bueno. Si lo vemos desde sus compañeros, todo han sido mejoras y facilidades en su trabajo. No hay armónicos en una emisión de radio. Solo es la seguridad que busca la locutora en que nada cambie. La situación en la que se encontraba a gusto es la verdad, la suya. Su costumbre. Es la percepción subjetiva de la realidad, sin reconocer el valor para el otro del cambio. Si pudiera elegir probablemente optaría por lo anterior y lo justificaría desde su convicción en la verdad de la calidad y su derecho a la libertad. Es el convencimiento de que la persona existe ajena a su comunidad. Cuanto más se lleva al extremo, menos entiende que la persona requiere al colectivo para estar segura. No está de más recordar que beber cerveza en soledad no es un acto social, pudiendo llegar a ser un síntoma de alcoholismo. Si algo nos demuestra la existencia de las fiestas es la necesidad de las personas de sentirse en comunidad, de ser sociales. Es un acto por el cual tomamos conciencia de la seguridad de pertenecer a la colectividad.
Las fiestas son espacios que desarrollan ritos, ya sea con sentimientos confesionales o laicos; son acciones simbólicas que nos permiten reconocer los valores que nos dan forma como colectivo. Según el filósofo Han, “generan una comunidad sin comunicación, mientras que lo que predomina hoy es una comunicación sin comunidad”. Nos sorprendemos cuando vemos a los orientales por nuestras calles con mascarilla fuera de pandemia. Lo hacen desde el respeto a los demás tratando de no contagiarles, una medida de seguridad hacia el otro. Los occidentales egocéntricos cuando la usamos lo hacemos solo para protegernos. El debate que se ha abierto nuevamente sobre la mascarilla solo demuestra la falta de madurez social que tenemos en España y cómo los líderes han trabajado en la fragmentación interesada de la ciudadanía, siendo incapaz ésta de comprender que la seguridad solo se alcanza desde el reconocimiento de la igualdad de toda y todas las personas, no solo la mía. No deberíamos de requerir recomendaciones o imposiciones del uso, sino entender que se trata de un rito social basado en el reconocimiento al otro, de su derecho a no perder la salud. Es respeto, madurez social y democrática. Recomendar es una estrategia para generar convicciones a largo plazo sensibilizando; si bien, en el contexto actual de un diálogo crispado interesado siempre habrá quien entienda que su libertad es transgresión expresada en no oír, ni analizar las razones; y menos aún, seguir la recomendación, aunque el resultado sea la inseguridad del colectivo, y sin la de este, la propia. Las democracias fracasan porque la población deja de percibirse como ciudadanía, pierden capacidad de crítica ante cualquier discurso, justificando su existencia personal en posiciones antagónicas sin atender al diálogo y consenso desde la divergencia de ideas. Solo votar construye dulces dictaduras. Ejemplos e intentos los hay.