Contra viento y marea

    24 oct 2023 / 09:12 H.
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    La relación entre el clima y el comportamiento humano ha sido objeto de estudio desde hace siglos, y hoy, en medio de una era donde los fenómenos meteorológicos extremos se vuelven cada vez más frecuentes, este vínculo cobra una relevancia aún mayor. Los días nublados parecen tener un impacto directo en nuestro estado de ánimo y en nuestra conducta. Hay una cierta melancolía que se instala cuando las nubes cubren el cielo, creando una atmósfera que puede afectar negativamente a nuestro sentido del humor. La falta de luz solar ha sido vinculada con la producción de melatonina, una hormona asociada con el sueño y la regulación del ciclo circadiano. En días grises, el aumento en la producción de melatonina puede llevar a una sensación de somnolencia o apatía, afectando nuestra motivación y rendimiento en las actividades cotidianas. Por otro lado, el sol parece tener el poder de transformar nuestro entorno y nuestra disposición. Cuando el sol brilla, es común que nos sintamos más animados y con mayor energía. La exposición a la luz solar aumenta la producción de serotonina, hormona ésta que se asocia con la sensación de felicidad y bienestar. Es por eso, que en días soleados, nuestro humor tiende a mejorar y somos más propensos a participar en actividades al aire libre, socializar e incluso, tomar decisiones positivas.

    Un ejemplo interesante de cómo el clima afecta nuestro comportamiento es el caso del viento. Se ha observado que los días ventosos pueden provocar un comportamiento más conservador en la toma de decisiones. El viento, con su fuerza y capacidad para desordenar nuestro entorno, puede generar una sensación de caos y falta de control. Esta sensación, a su vez, puede traducirse en un comportamiento temeroso y cauteloso, llevándonos a tomar decisiones más conservadoras y seguras en lugar de arriesgarnos por opciones más inciertas o desconocidas. En resumen, que los cambios meteorológicos afectan nuestra conducta e influyen en nuestra toma de decisiones parece una obviedad, hasta tal punto que a menudo la subestimamos. Observar cómo algo aparentemente externo y fuera de nuestro control, como el clima, puede tener un impacto tan profundo en nuestra psicología y comportamiento tiene sentido. Lo tiene hasta que uno visita y conoce La Feria de San Lucas.

    Nuestra feria pareciera estar al margen de todo esto. Es especial, larga y muy nuestra. Es feria de gafas de sol y de katiuscas. Es feria emblema de nuestra cultura y de nuestra manera de ser. La lluvia, el sol o el viento parecieran transformarse en un poderoso catalizador de felicidad y unión comunitaria. Con San Lucas cierra España y como en el final feliz de la fiesta esperada, uno encuentra durante esos días un ambiente único e inigualable. Las diferencias se desvanecen, y los vecinos se unen en una celebración común que refleja nuestra identidad. Es un momento en el que se fortalecen los lazos de amistad y se crean nuevos vínculos, dando lugar a una red de relaciones más rica y sólida. La serotonina se cambia por rebujito y el prozac por conciertos en vivo.

    La hospitalidad es otra de las grandes protagonistas de nuestra feria. Los jienenses abren sus puertas y sus corazones a propios y extraños, invitándoles a sumarse a la fiesta y a compartir juntos momentos inolvidables. La generosidad y la cordialidad se hacen presentes en cada rincón del recinto, en cada tasca, en cada paseo, creando un ambiente de acogida y calidez que deja huella en todos aquellos que tienen la fortuna de vivirlo. No es de extrañar, por tanto, que todos aquellos que asisten se lleven consigo un pedacito de Jaén en su corazón, recomendándolo como un lugar único e inolvidable que, sin duda, merece la pena visitar y vivir en primera persona. Y a ser posible coincidiendo con la Feria de San Lucas, una feria eterna en la que hemos aprendido a gestionar nuestras emociones sin tener que dar respuesta a los caprichos del clima.

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