Conmoción en Andalucía

28 ene 2023 / 16:00 H.
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Hablar de bilingüismo es hacer referencia a la existencia, en una determinada comunidad lingüística, de dos lenguas que los hablantes dominan en su mayoría y que emplean indistintamente, sin que ninguna sea considerada superior a la otra. Es decir, cualquier hablante puede emplear una u otra lengua sin estar condicionado por factores de superioridad o inferioridad en cuanto al prestigio social por el uso de una de ellas ni tampoco por el propósito comunicativo que se pretende alcanzar, normas de tipo legal o social y el mayor o menor conocimiento de esos idiomas. Sin embargo, suelen aparecer un gran número de condicionantes (de tipo individual y colectivo) que hacen que exista una preferencia de índole sociopolítica por alguna de las dos lenguas. Estos días atrás he estado visitando la República del Paraguay, allende los mares, a casi diez mil kilómetros de nuestra querida Jaén. Es el único país latinoamericano que se considera bilingüe. Tiene dos idiomas oficiales: el guaraní y el castellano. Estudios históricos atribuyen al mestizaje el perfil lingüístico actual de Paraguay. En la época de la colonización, el país vio nacer a hijos de padres europeos y madres indígenas. Así, desde el inicio, el guaraní se convierte en la lengua que los mestizos utilizaban para comunicarse con sus madres, y el castellano con sus padres. El guaraní, entonces, se utilizaba en los hogares mientras que el castellano era el idioma para las relaciones sociales formales. Aunque el idioma guaraní ha sobrevivido más de 500 años transmitiendo sentido de pertenencia social y cultural, no es hasta el año 1992 cuando la Constitución Nacional oficializó el guaraní junto al castellano, y reconoció los demás idiomas indígenas como parte del patrimonio cultural de la nación.

El sistema educativo, por lo menos en teoría, es bilingüe: guaraní-castellano sin porcentajes. Pensaba en estos días de mi estancia en Paraguay en el caso del bilingüismo catalán en nuestro país. La situación en el país latinoamericano pasa porque, aunque gran parte de la población habla ambas lenguas, su importancia dentro de la comunidad no es la misma: a nivel social, el guaraní está relegado por el español, que goza de mayor prestigio. Es lo que se conoce como “diglosia” que supone la convivencia desequilibrada de dos lenguas en una comunidad, ya que una de ellas cuenta con mayor prestigio social y cultural. En España, durante el Régimen franquista, la diglosia favoreció claramente al castellano frente a las lenguas regionales como el gallego, catalán o vasco. Sin embargo, con la implantación del sistema de las autonomías y el auge de los nacionalismos, en estas comunidades se ha intentado revertir la situación, llegando en algunos casos a que la lengua de la comunidad tienda a sobreponerse al idioma español. El concepto de “diglosia” también se aplica cuando lo que coexisten son una lengua y una modalidad diferenciada de esa lengua. Un buen ejemplo de ello se encuentra en la modalidad lingüística andaluza, que ha sido tradicionalmente desprestigiada frente al castellano de otros lugares de nuestro país. El nacionalismo catalán marca sus pretensiones de independentismo mediante una ruptura con la lengua del Estado. Sin embargo, en la que hoy llamamos América Latina, ninguna independencia introdujo un cambio de usos lingüísticos; se siguió con la lengua castellana, considerada lengua propia de los mismos independentistas y lengua oficial sin discusión. Paraguay no fue una excepción. Ahora bien, parece extraño que este país haya seguido la regla general, a pesar de que el castellano no fuese la lengua usual y propia de Paraguay. Hemos aprendido algo en este viaje y es que la democracia pasa necesariamente por una democracia lingüística. En un nuevo siglo que se anuncia como el siglo de la lucha por los lenguajes, el dominio de las personas desde la lengua, por la lengua y para la lengua, es el gran desafío y también el gran peligro.

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