Con la poetisa Ada Salas

    17 nov 2020 / 12:23 H.
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    Ada Salas nació en Cáceres en 1965. En 1988 se licenció en Filología Hispánica en la Universidad de Extremadura. Entre sus poemarios figuran Arte y memoria del inocente (1988), Variaciones en blanco (1994). En 1997 publicó La sed, y en el año 2003 Lugar de la derrota, Esto no es el silencio (2008), Limbo y otros poemas (2013), entre otros. Ha publicado un libro de reflexiones sobre la escritura poética: Alguien aquí (2005). Junto con Juan Abeleira ha traducido A la Misteriosa y Las tinieblas de Robert Desnos (1996).

    Con Arte y memoria del inocente (1988) una imaginería surrealizante desliza algunos poemas como son sus versos:/Tiene la tarde un gesto de caballo/sorprendido en carrera. La estación/se descalza y ofrece/ tulipanes abiertos/rojas resurrecciones efímeras ./Debe ser esto el tiempo:/ el azar o la huida/, apreciándose ya unas constantes en su obra: el gusto por lo sombrío que se irá imponiendo sobre la claridad de un espacio arcádico, el dolor y la confrontación entre vida y muerte, junto a la indagación de la propia identidad como indica Araceli Iravedra en Hacia la democracia. La nueva poesía (1968-2000).

    Con Variaciones en blanco (1994), Jaime Ávila-Martínez indica, en L’Âge d’or, que este poemario podría leerse como la representación de la ausencia. Transgrediendo así el límite entre esas categorías que fundan nuestra relación con las cosas y que conducen a interrogar su verdad. Es una poesía en la cual se percibe el estallido luminoso, y que acaba con lo apagado, lo oscuro. Va siendo manifiesto el vaivén entre una doble isotopía del horizonte de su lectura: los poemarios aquí estudiados vacilan entre imperfección, alusión, pasaje por un lado, y perfección, totalidad de la obra ausente, plenitud de otro lugar, sinónimo de felicidad, objeto de gozo por otro lado. Es la obra plena, que encuentra su fin en sí misma y que se plantea como un absoluto: /Aire herido de paz. /Deshojado dolor. /Lento río/ de rosas/apagadas.

    De la misma manera, José Luis Rozas, en Ínsula: revista de letras y ciencias humanas, nos dice de La sed (1997) que al final del libro se contiene una asombrosa sencillez y humildad, componiendo una acertada revelación sobre el sentido último de la escritura y la existencia como huella, testimonio o memoria: /No limpian las palabras. /Alumbran una isla en el lugar/del miedo y extienden una rama/ al paso de los pájaros. Acogen/ cuanto nace del hambre de las cosas/ y mueren en silencio. /Pero su amor no limpia. / Como no limpia el llanto el rastro/ de estar vivos/.

    Con Limbo y otros poemas (2013) abunda en rasgos de la escritura anterior como el fragmentarismo, la desconexión sintáctica, la dislocación métrica y rítmica, el retraimiento expresivo y el hermetismo de una palabra elusiva que calla más de lo que dice. Así en su poema Chanson du désir expresa la ceremonia imposible del amor y el deseo:/ Donde comienzo yo comienzas/ tú. Esta es la ceremonia/ del error/ la brecha/ del desastre./.

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