Con el viento malvado

24 sep 2020 / 13:47 H.
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No sorprende a nadie que siempre paguen los mismos, los de abajo, esos que no tienen recursos. Las clases populares, las que se adocenan y se aborregan. O populacho, que viene a considerarse —con escasas distancias semánticas— como sinónimo de vulgar: los miserables se presentan como zafios, necios y mal hablados. O eso se dice. Quien escribe la historia, maneja los conceptos. No obstante, sigue existiendo el mito de la permeabilidad social, que en cierto modo se puede cumplir, ascenso —con el riesgo de lo contrario, claro, de descenso— o escalada, ese sueño valleinclanesco que, a decir verdad, no se entiende de la misma manera para todos, y no se trata solamente de ir cumpliendo años, como si la madurez o los lustros te ofrecieran una mente más lúcida, más serena o sensata. En muchos casos yo conozco ejemplos de todo lo contrario. Depende de quién mire o te lo cuente. Más por el azar, por tanto, que por el mérito... La lotería, sin embargo, no nos tocará, pero a cambio continuaremos insistiendo, porque de algo hay que vivir, quiero decir que de ilusión también se vive, y es gratis, basta con no quemarse o pasarse de la raya creyéndoselo, que sucede muy a menudo. La esperanza es algo bueno, sí, y dicen que lo bueno no se pierde, ni se destruye, o al menos no debería, que ese es otro tema. Hasta hace unas décadas, antes de que cayera el Muro de Berlín y enmudeciera la izquierda utópica en Occidente, existía una clasificación sociológica que desde el siglo XIX había considerado con acierto a determinar y reconocer las capas que nos configuran, desde la antigua nobleza, que todavía queda —y no poca, en un país monárquico como este— por ahí parasitando, la burguesía, la pequeña burguesía, las clases medias —como las definió Weber— y, a partir de ahí, diferentes estratificaciones hasta llegar a los obreros o trabajadores, clases bajas o, como también se acuñó en su momento, proletariado. Hubo además una última categoría, el lumpemproletariado, que no poseía conciencia de clase y se encontraba en el lodo último, ya también descartado, al menos nominalmente. Pero hoy día eso ha cambiado. No es que no existan, sino que conviene redefinirlas, porque la confusión es muy grande. ¿Todos somos iguales?

El capitalismo consumista, generado por una muy tendenciosa manera de entender el liberalismo, nos dispone como yoes independientes del nosotros, y nada hay más lejos de la realidad. Uno no debe dejar de levantar la voz si hace falta, criticar y pedir o clamar justicia, y más en las actuales circunstancias. La demagogia ataca de nuevo y ahí arremeten por enésima vez contra los extranjeros, en un mundo donde no deberían existir fronteras. Hay emigrantes de primera, segunda, tercera y así sucesivamente. Cambiar de lengua, cultura o continente, no parece suficiente. Las bolsas de marginación, necesarias, forman parte de la estructura. Igual que el aire que respiramos. La violencia solo engendra violencia, y por ahí por las malditas redes sociales circula ese maldito vídeo de una adolescente agrediendo a otra brutalmente, mientras sus amigas lo graban con impunidad. Jiennenses, para más señas, y son el signo de los tiempos que nos han tocado vivir, tiempos que se resisten, y no claudican en su maldad. No se van “con el viento malvado”, como dijo Verlaine en su famosa “Canción de otoño”, que hoy recuerdo con melancolía.

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