Con el mismo rasero

    16 feb 2020 / 10:17 H.
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    Pongamos que los muertos pudiesen verse entre ellos, que, tras la vida, en el eterno descanso, se desplegase algún tipo de lenguaje entre quienes fueron carne, materia. Que de verdad existiera ese realismo mágico tan bien descrito por García Márquez. Imaginemos a dos cadáveres. Uno transitó por la vida en el filo de la pobreza, otro acumuló tal nivel de riquezas que no cogerían siquiera en todo el cementerio. El pobre, liberado por fin del hambre, el frío, la falta de un techo digno, sonreiría, no sin cierta dosis de cruel cinismo, al ver a su vecino en su mismo estado. Por fin todo se iguala, no se otean ni entidades financieras ni cajeros en los estrechos nichos, el salón diáfano para descansar eternamente es igual para ambos, la pintura ya no es necesaria en las paredes y los ventanales con vistas no son siquiera opción. El antaño pudiente vecino de nicho ni siquiera podrá disfrutar de los pomposos ramos de flores que, esporádicamente, llegan hasta el otro lado de la losa. Sonríe, malicioso y picarón, el que apenas nada poseyó. El morador de al lado se pudre como él.

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