Con Carmen Martín Gaite
Carmen Martín Gaite cultivó la novela, la poesía, el ensayo, hizo incursiones en el teatro, y fue una mujer vital, risueña y muy alegre en una época que no lo era en absoluto, en aquella España gris de censores y con policías del franquismo de uniforme de color gris, alegre, decíamos, pese a que la desgracia en forma de pérdidas se cruzó trágicamente en su camino. Su hijo Miguel murió en 1955 con siete meses por una meningitis. Y su hija Marta falleció con 28 años en 1985 a causa del “caballito del diablo”, que era como el dramaturgo Fermín Cabal denominó a la heroína en una de sus obras. Carmiña perteneció y cultivó la amistad (era una sensacional conversadora) con los integrantes de la Generación del 50, ese grupo de escritores prodigiosos que emergió en medio del desierto cultural de la España de los albores del desarrollismo, desde Luis Martín Santos (al que Francisco Umbral llamó el Joyce español) o Ignacio Aldecoa en prosa, a Caballero Bonald y Claudio Rodríguez en poesía. Martín Gaite amó siempre la libertad. La muerte de su hija la vació, apagó su creatividad, pero, pasados cinco años, escribió un relato colosal, Caperucita en Manhattan, porque ella no sabía vivir sin narrar, y ahora, en el centenario del nacimiento de la escritora, recupera este libro el madrileño Teatro de La Abadía como obra teatral, con una extraordinaria versión de Lucía Miranda, en un emocionante y fabuloso canto a la libertad, un espectáculo lleno de color y música, que es como un sueño feliz. Cuenta la travesía de una niña de 10 años, Sara Allen, desde Brooklyn, donde vive bajo el rigor severo de sus padres, hasta Manhattan, donde está su abuela, una traviesa anciana que fue cantante de music-hall. Sara encontrará allí su identidad. Pero antes derriba varios muros. Protesta, lectora infatigable, de que el lobo se coma en el cuento a Caperucita y a su abuela, “con lo listas que son ellas”, y exclama ante su madre: “Sería al contrario, estos libros están equivocados”. El texto, ya está dicho, es imaginativo, impecable y volador, lleno de fantasía, vitalidad y libertad. Muy Carmiña. Con frases como: “La libertad es algo que se siente dentro y que no se puede explicar”; “yo me pregunto cada día qué es vivir. No tener prisa, no permitir que te humillen”; o “enséñame a habitar la soledad”. Y al Teatro de la Abadía se va a ver a Carmiña, pero también sobresale Carolina Yuste, actriz impresionante, que ha experimentado un crecimiento enorme desde su papel en la película Carmen y Lola (2019), rodada en la periférica UVA de Hortaleza (Madrid), hasta La Infiltrada (2024), trabajo que le valió hace unos días el Goya a la mejor actriz. En Caperucita... hace gestos ingenuos, de enfado, de sorpresa, de ilusión, en definitiva, una gestualidad de niña de 10 años, radicalmente distintos a ese rostro crispado, extremadamente serio, rebosante de miedo contenido e indignación de La Infiltrada.
Caperucita en Manhattan, un montaje que invita a paladear la vida, saldrá en marzo de gira por España. Mencionan en escena un consejo que dio a Carmiña su madre: “El secreto en la costura, en la escritura, y en la vida, está en no tener prisa y en atender en cada puntada como si esa que das fuera la cosa más importante de tu vida”. Y Carolina Yuste, que canta muy bien, en medio del diluvio de talento que supone esta función, entona aquello de “Amado mío/ámame para siempre/y para siempre empiece esta noche”. Y entonces, como dijo Elliot, “la música es ella”.