Complicidame

    21 ago 2023 / 08:59 H.
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    Este verano se está desangrando en carne viva por la arteria femoral de lo femenino sin que parezca que nuestros colegas machos perciban que la sangre derramada es algo así como el agua: escasa, vital y de todos. Pena da ver cómo, tras los primeros ayes, espurreados en la solanera de esos sofocantes minutos de silencio municipal, cada cual seguimos a lo nuestro, dándole al abanico del “y-tú-más” que caldea el aire ya de por sí viciado de testosterona, aguza los rejones de la lidia y envida a pares, sin caer en que los voceros del foro van de farol. Luego, tras el degüelle, los matarifes se quedan de nones, mientras que los otros pares simulan rasgarse las vestiduras hasta que alguien venga a zurcírselas. Como lo de leer es una compañía que no suele acabar a navajazos, me pongo yo a buscar en los libros un algo que me explique el porqué de esta hemorragia de mujeres muertas a manos de sus... (¿cómo podría decirlo sin errar? Porque tales sanguinarios no pueden ser “compañeros”, cuando son capaces de matar a sus compañas). Bueno pues sus “lo-que-sean”.

    Lo cual que esos desangres me llevan a gritar aquello que Federico García Lorca puso por escrito ante otra muerte: ¡Que no quiero verla! “La vaca del viejo mundo/ pasaba su triste lengua/ sobre un hocico de sangres/ derramadas en la arena,/ y los toros de Guisando,/ casi muerte y casi piedra,/ mugieron como dos siglos/ hartos de pisar la tierra”. ¿A ver si va a ser eso? ¡Que no queremos verla! Que nos negamos a mirarla porque, en el fondo, nos sabemos cómplices de lo que le está pasando a las mujeres que mueren a manos de esos “toros de Guisando” que han aprendido a embestir a fuerza de escuchar cómo se tupen los de los escaños.

    Pasan por mis manos varios libros más que me estremecen, cada cual por algo distinto: “Guirnaldas de la Historia”, de Agustín Serrano De Haro, donde, bajo la dirección de batutas militarizadas e inciensadas, se amaestraba a las mujeres de entonces a esquivar navajazos, simplemente por vía de negación: evitando convertirse —en palabras de Adolfo Maillo— “...en la intelectuala pedantesca” ansiosa de abandonar las “labores del hogar”. Por desemponzoñarme, busco algo escrito por una mujer. Aparece el libro de Dorothy Carnegie “Cómo ayudar al esposo” (Ediciones Cosmos 1954) que me sume en la desolación, porque, o se tiene un esposo legítimo con el que aplicar tan sibilinas y perversas enseñanzas, o corres el riesgo de que te rebanen. ¡Uf, que repugnancia! ¡”Que no quiero verla”! Vuelvo a la librería. Espero no equivocarme esta vez al elegir “Transformación de la convivencia” (Humberto Maturana; Granica SA 2014, página 132) y comienzo una desintoxicación intelectual que está bien en plan teórico, pero que no creo que sea aplicable a corto plazo: “Los sistemas autoritarios jamás se equivocan, porque, para equivocarse, uno tiene que aceptar que no es autoridad”. ¿Será que esos “matamujeres” mandan tanto que no se equivocan nunca? ¿Acaso los mensajes que estamos recibiendo como un cañoneo de bombas de racimo lanzadas por nuestros representantes de cualquiera de los tres Poderes del Estado es que lo que vale es el poder a cualquier precio? ¿Será que los “simpoder” no son otra cosa que despreciables perdedores”?

    No, si ya verás cómo esto de andar metiendo mis narices en los libros acaba por desangrame a mí las neuronas −pienso mientras retomo ahora el libro de Ana Moreno Soriano “El laberinto del patriarcado” (Utopía 2022) y me voy derecha a las palabras que fui anotando mientras lo leía: mujer/ patriarcado/ estrategia/ respeto/ amor/ compromiso/ igualdad/ matices/ temple/ insumisión/ clase-género/ complicidad...”. ¡Albricias! Esa es la clave: ¡complicidad! A ver... ¿cómo lo decía Benedetti? “...si te quiero es porque sos/ mi amor mi cómplice y todo/ y en la calle codo a codo/ somos mucho más que dos”. Ya lo tengo: se trata del lenguaje. Se trata de sustituir palabras tales como “poder” o como ”lucha” por la de “complicidad”. Se trata de “complicidarse” en un proyecto común.

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