“Claro que sí, guapi”

18 feb 2017 / 11:12 H.

En la antigua Roma, para que los victoriosos generales no perdieran el oremus, era tradición que mientras entraban en las ciudades borrachos de gloria tras sus gestas, un siervo “toca togas” les recordara aquello de que no eran inmortales. El peligro de la soberbia siempre acecha a poco que nos den un trocico de poder, y entendían necesario poner a este “funcionario”, en modo mosca cojonera, para susurrar al militar de turno que somos terrenales y fugaces. “Memento mori” era la locución latina, que no rima de reggaeton, es decir, recuerda que puedes morir. El peligro de creerte un infalible soldado romano es que si te parten el pecho descubrirás, con dolor, que no se tiene de acero. Estos romanos, que eran la punta de lanza de la civilización, tenían estudiado hasta el más nimio detalle y entendían que si las bacanales eran imprescindibles, también lo era un tonificante baño de humildad.

Una pena que esta digna tarea cayera en desuso, hoy podría ser una función más de los cargos de libre designación. Sentarse a su lado, en el coche oficial, por ejemplo, y cuando se pusieran un pelín mesiánicos, quizá despóticos o se olvidaran de quienes les hemos puesto el laurel... “memento mori”. Así, sin más alardes, recordarles que un día solo quedarán los oropeles y que hasta te “costará”, es un decir, reunir 15.000 euros para pagar una fianza. Milagrosa Martínez, que fuera exconsejera de Camps, está en esa tesitura por aquello del caso Gürtel y esos Fitur de más. “La Perla”, apodo de Milagrosa, habría hecho más carrera si en lugar de tanto adulador regalando relojes alguien le hubiera cantado las cuarenta.

Caso similar, aunque reconociendo la dificultad, sería el de Iñaki Urdangarin, no tanto por su altura para susurrarle, sino porque el linaje se sube a la cabeza. El caso Nóos, 6 millones de euros defraudados después, enchirona al yerno del Rey emérito. La sentencia que le condena a 6 años y pico de cárcel se puede considerar benevolente si se compara con la trama de trapaceros de Bigotes y cía que, trincando menos, salen peor parados. Para el juez instructor Castro —amante de las artes marciales— la sentencia en su conjunto le parece un golpe en el bajo vientre. Sin necesidad de interpretarlo, digamos que se sienta jurisprudencia sobre una nueva figura no penal de mujer florero. Ana Mato puede respirar tranquila en este sentido, por más que le aparezcan “jaguares” en el garaje o el mismísimo Ronald McDonald esté en plantilla para cada cumpleaños. Con estos agravios, hasta la Pantoja se hará republicana. Al incansable magistrado habrá que recordarle el consejo de Bruce Lee, para que siga fluyendo: “Be water my friend” o por seguir con el agua menos brava y más castiza, ver la botella medio llena.

A esta España no la conoce ni Dios, de verdad que no Alfonso, Guerra. El foco está en la cárcel, en sus aledaños, en las escaleras de los tribunales donde los reos cantan sus últimos alegatos. La prisión y su jerga carcelaria están de moda, las penas de telediario toman forma y desmienten el rumor, siempre infundado, de que todo quedaría en pecados veniales. En la cárcel de Jaén, más allá de la izquierda, Teresa Rodríguez, de Podemos, y Joan Tardá, de ERC, exigían, junto a representantes del Sindicato Andaluz de Trabajadores (SAT), la puesta en libertad de lo que consideran un “preso político”. Andrés Bódalo cumple tres años de condena por sus excesos; unos arrebatos que en la balanza judicial pesan mucho con otras comparativas más glamurosas y muy escandalosas. Ahora que hasta las letras de Sabina están bajo sospecha de una investigadora universitaria —dadas sus rimas presuntamente machistas— tiremos de otra voz nada aterciopelada, la de Tom Waits, esta regada de bourbon, pero también políticamente incorrecta, para cantar que hoy toca pescado en la cárcel... “¿Hazme una rebajita? Claro que sí, guapi”.