Ciudades homónimas

28 dic 2018 / 09:34 H.

No se puede escribir como se habla, pero también es sabido para cualquiera que desee ser escritor que no se debe escribir nunca como no se habla. Y espero que nadie se ofenda, aunque ahí lo dejo dicho, disculpen ustedes. Me da la impresión de que hoy viernes este artículo va a salir del teclado y a comportarse de forma confusa o manga por hombro. Al leer esta opinión pueden pensar ustedes lo que quieran, pero nunca podrán decir que no soy sincero o que no digo la verdad con respecto a lo que escribo, porque es de bien nacidos hacerlo así o al menos procurarlo. A mí se me hace que unas líneas escritas en honor y alabanza de nuestra ciudad y su nombre tampoco tienen por qué mostrarse más estructuradas y ordenadas, más sistematizadas y cuidadas. Aunque a los escritores se les debería prohibir hablar de la Navidad, antes de entrar en materia, me gustaría felicitarlos a todos en estas fiestas y desearles lo mejor para el año que en unos días va a arrancar su andadura, les deseo lo mejor a todos, incluso a los de mala voluntad. Estos días sonrío, tengo que sonreír, aunque tenga un poso de tristeza que me lastra el corazón y que es solo mío. Las memeces, trivialidades y tópicos los reflejo en un folio y los tiro a la papelera para empezar el próximo año limpio de polvo y paja. Bueno, a lo que iba, a la afición que siempre tuvimos los jiennenses, como todos los españoles, por viajar, a ese gusto por andar de aquí para allá, por estar de un lado para otro, descubriendo, conquistando, colonizando, ... y yendo a por lana y saliendo trasquilados en más de una ocasión. El interés de los españoles por los viajes se pierde en la noche de los tiempos. Afición que también ha dejado por el mundo una enorme cantidad de ciudades homónimas, más de quinientas, entre ellas la ciudad de Jaén en Perú que fundó el capitán Diego Palomino en 1549 en la orilla del río Chinchipe y a la que dio este nombre por su parecido con la ciudad española; y la ciudad filipina de Jaén cuyo nombre se debe al gobernador español de Filipinas José María Camba, que vivió en la Jaén española. La ciudad peruana tiene la denominación oficial de Jaén de Bracamoros y es la capital de la provincia de Jaén, situada en la región de Cajamarca, dentro de la selva del Norte de este país sudamericano. La Jaén peruana es la más grande que existe hoy en el mundo, ya que posee unos 170.000 habitantes, 55.000 más que su homónima española. Esta ciudad se ha convertido en un importante centro agrícola dedicado especialmente a la venta de arroz y café, y su gentilicio es “jaeno” o “jaenés”. La Jaén filipina es un municipio ubicado en la provincia de Nueva Écija, en la isla de Luzón, en el que habitan cerca de 65.000 personas. Aparte de nuestra capital, existen otras ciudades de Linares en Chile y México y también existe una Baeza en Ecuador o una Cazorla en Venezuela. Aunque ahora que lo pienso los nombres de estas ciudades homónimas están más cerca de la polisemia que de la homonimia; una misma palabra que significa o que designa varias cosas. Ahí lo dejo para volver al tema. Yo creo que más que por el hecho de imponer un nombre de una ciudad o un pueblo español en otras tierras, se hacía por el dolor del alejamiento, por un sentimiento de nostalgia por unas ciudades que se habían abandonado en un viaje que en la mayoría de los casos no tendría retorno. Ese sentir movía a estos hombres a perpetuar en el nombre de esas nuevas ciudades el añorante recuerdo de las que habían dejado en España. La verdad es que los españoles han andado siempre de un lado para otro por el ancho mundo, siempre hemos sido viajeros, puede que porque nos gustaba serlo o porque no teníamos más remedio que serlo y a la postre y como consecuencia hasta le cogimos el gustillo a esto de viajar. De lo que no se habla casi nunca en nuestra historia es de que los españoles no viajamos apenas por el afán de buscar aventuras o grandes hazañas sino para buscarnos las habichuelas; la mayoría de los emigrantes españoles jamás salieron corriendo en busca de El Dorado sino en persecución de comer caliente al otro día.