Ciudades del aprendizaje

09 oct 2021 / 14:49 H.
Ver comentarios

L os seres humanos tenemos una dimensión esencial que es la sociabilidad, como ya demostrara Aristóteles definiendo al ser humano como “zoon politikon”, es decir, animal que vive en la polis, en la ciudad. Un animal social, político y cívico. Nacemos dentro de ciertos grupos sociales que van a ser algo así como el molde en que nos vamos a desarrollar: nacemos en una familia dada, en un barrio determinado, en una ciudad y no en otra, en un país, etc. Y es en el interior de esos grupos en los que vamos a desarrollar nuestra identidad. Probablemente somos más un producto social y cultural que natural. ¿Nos hemos parado a pensar que el nacer en un sitio o en otro es puro azar? ¿Nos podemos imaginar que hubiera ocurrido de haber nacido en otra ciudad, en otro país o en otra familia?. Antiguamente, algunas mentes liberales entendían que la educación era un bien necesario para el desarrollo de cualquier país, para el engrandecimiento de sus gentes y para la formación de sus ciudadanos como personas. Sin embargo, la educación no siempre dependió de la institución escolar. Durante muchos siglos las sociedades utilizaron mecanismos diferentes a la escuela para reproducir sus valores y sus maneras de pensar. La manera de ver el mundo de esas sociedades estaba regulada por un conjunto de rituales que no tenían nada que ver con un profesor, un salón y unos estudiantes recibiendo clase de lectura o de geografía.

La historia de la educación había tenido, antes de nuestra era moderna-occidental, otro tipo de prácticas, de instituciones y de sujetos que la hacía incomparable a la que hoy tenemos. Hace más de medio siglo que surgió la idea de ciudad educadora, concretamente en 1970, como una quimera soñada por Edgar Faure que la concibió como una utopía pero que hoy es una realidad palpable. La ciudad se considera como el eje nuclear donde se dan todos los procesos de educación formal, no formal e informal. Estos primeros pasos nos dieron las ideas oportunas para sentar las bases de lo que hoy es una evidencia y no podemos quedarnos impasibles ante las oportunidades educativas que la ciudad nos ofrece. Las ciudades y sus gobernantes son, en gran medida, los responsables de lo que cotidianamente acontece en ellas. Son ellos los que impulsan gran cantidad de actividades que hacen a la ciudad una ciudad educadora, una ciudad del aprendizaje. Esta cuestión está ligada al concepto de formación a lo largo de toda la vida para todas las personas y que ha dado lugar a la aparición del concepto de ciudades del aprendizaje, concebidas por la Unesco en la Conferencia de Beijing (2013) como espacios para promover una educación para el desarrollo sostenible, la inclusión y la equidad de toda la ciudadanía. Parece que volvemos a retomar esa idea-eje y es por ello que desde hace unos años emergen con gran fuerza los conceptos de ciudades educadoras y ciudades del aprendizaje que nos revelan la importancia del contexto y el entorno en educación y la capacidad educadora, en sentido amplio, que tienen los miembros de una ciudad, individual o colectivamente considerados, independientemente y además, de las instituciones educativas tradicionales. En ese sentido, el Objetivo de Desarrollo Sostenible 4, promovido por la Unesco “Garantizar una educación inclusiva, equitativa y de calidad y promover oportunidades de aprendizaje durante toda la vida, para todas las personas”, va en esa dirección. Sirva como ejemplo la celebración de Expoliva donde, además de ensalzar las bondades del aceite, se han generado multitud de espacios formativos y de generación de conocimiento que convierten a nuestra ciudad en una ciudad educadora, en una ciudad del aprendizaje a lo largo de toda la vida que confiere beneficios sociales, económicos y culturales esenciales para el desarrollo sustentable.

Articulistas