Ciudades con candados

    25 mar 2021 / 09:38 H.
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    De nuevo no podemos salir. Me enfado, aunque sé por qué no puedo salir. Me gustaría coserme unas alas de cera como en el mito griego y volar. Recuerdo que padre e hijo con alas de plumas de aves cosidas con hilo y con cera, presos allí por una historia de amor y de un hechizo, escapan del laberinto de Creta. El hijo Ícaro aún advertido por Dédalo su padre desobedece porque quiere volar, porque quiere acercarse el sol y la cera se derrite. Se muere cayendo al mar porque sus alas se desvanecen. Dicha historia mi madre me la contaba de pequeña y es uno de mis primeros enfados infantiles. Creo que tengo dos. El primero fue con Marcelino Pan y Vino. No entendía su muerte. Y ahora me pregunto ¿son enfados adultos? No. Aún me da pena Marcelino Pan y Vino pero no tanto, ya que soy mayor que él. Ahora estoy enfadada con nuestras ciudades llenas de candados pero como los otros enfados, sé que con el tiempo se marchará. Y no, no sigo enfadada con Ícaro, es más entiendo su ímpetu, yo también hubiera intentado acercarme al sol. Me enfado, aunque sé porque no puedo salir porque anhelo la libertad de Ícaro y también cultivo la preocupación de Dédalo.

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