Ciudadanos de Trinconia

    12 ago 2023 / 09:00 H.
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    Miguel de Cervantes nos perfiló a don Quijote y su fiel escudero Sancho como los arquetipos de las dos obsesiones que han inquietado secularmente a los españoles: El cómo cubrirse de gloria sea como sea (el egolatreo), y, sobre todo, el cómo llenar la andorga cada día sea como sea (el pesebreo). La gloria del “ser” y el hambre del “tener”, caiga quien caiga y al precio que sea, que ya, como siempre, pagará el más tonto que arree. Mientras que a Inglaterra la identificamos con los escritores victorianos, y a Alemania con sus filósofos y pensadores, a Francia con los ilustrados, y a Italia con el Renacimiento, la literatura que nos representa a España ante el mundo entero, es la de la picaresca y los bandoleros.

    Todos los personajes del Lazarillo de Tormes, Rinconete y Cortadillo, el Buscón, el Licenciado Vidriera, Guzmán de Alfarache y tantos otros, son ciudadanos de una misma patria, súbditos del Reino de Trinconia, en el que no hay nada más que dos estirpes, las mismas que el bueno de Sancho Panza pone en boca de una de sus abuelas al final del capítulo de las Bodas de Camacho: “Dos linajes solos hay en el mundo, [...] que son el tener y el no tener”.

    La cuarta acepción de la segunda voz del verbo transitivo “trincar” en el diccionario de la Real Academia Española es: robar, tomar para sí o hurtar. El Reino de Trinconia es pues el país en el que el robo está interiorizado de forma endémica. En el país de Trinconia se tiene asumido que el que no roba es porque es tonto o más bueno que el pan. Su moneda oficial es el eufemismo, porque éste es el capote dialéctico con el que toreamos las palabras y descabellamos los conceptos que ellas albergan. Los capotes, como los eufemismos, tienen mucho de impostura, porque con los primeros ponemos la bravura del toro al alcance de la puya del picador para desgastarle su fiereza, y con los segundos le arrebatamos a las palabras lo que de fieras y puyazo tienen. Los eufemismos han tratado siempre en el Reino de Trinconia de ponerle el disfraz de “políticamente correcto” a las actuaciones incorrectas de los políticos y sus acólitos. No es justo decir que “los políticos son unos sinvergüenzas”, más bien habría que decir en honor a la verdad “que hay muchos sinvergüenzas metidos a políticos”, o a directivos de estamentos pseudo oficiales que son patios de Monipodio y cuevas de Ali Babá.

    Llamarle a la suegra madre política es un ejemplo de lo que suele hacer un eufemismo sin piedad alguna. No es la palabra suegra la que se percibe como deterioro del sagrado concepto de madre, sino es el de política quien parece envilecerla. Llamarles daños colaterales a las víctimas civiles de una guerra, o regulación de empleo a un despido masivo, tienen los mismos fundamentos y amparan los mismos argumentos que llamarles suavemente “hijos de mala madre” a los “hijos de puta” que los han provocado.

    La gastronomía es fuente de “sabrosos” eufemismos, regalándonos algunos de plena actualidad. Así, quien nos aburre con su discurso es un “pestiño”; quien se traga sin rechistar los argumentos de un discurso político es un “come talegas”; quien pese a todo sigue apoyando reiteradamente a quien lo engaña, es un “papa frita”; quien justifica como bueno y necesario lo que hace quien lo está engañando es un “mendrugo”; el ladrón que se lleva lo que no es un suyo es un “chorizo”; quien se va dejándonos su deuda, lo ha hecho endiñándonos una “cebolla”, y más que privarlo de libertad hay que “meterlo en el talego” para que no siga ”aliñándonos las cuentas” con las que nos da “gato por liebre”.

    Dame pan y dime tonto, parecen decir algunos en este Reino de Trinconia pese a que “ser más bueno que el pan” sea el eufemismo más castizo de tonto. Muchos luchan por ganarse el pan cuando otros no han dejado de untarse con la manteca de la corrupción. Ya lo decía Voltaire: “Entre lobos, conviene aullar de vez en cuando”. ¡Que la tortilla siga cociendo por dónde menos nos la quemen, antes de tener que darle la vuelta!

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