Cien años de ¿serie?

    04 ene 2025 / 09:26 H.
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    Juguemos a discutir sobre si el libro es mejor, siempre, que la película o es al revés. Personalmente no me cabe duda alguna, pero... veamos a qué conclusión llegamos. Esta pequeña introducción tiene un nombre, Gabo, y un apellido de los largos: Cien años de soledad. Netflix, la plataforma televisiva, ha “osado” convertir en serie la inmortal obra de García Márquez y todo ello obviando tanto las múltiples ocasiones en que se ha considerado imposible e incluso las propias ideas del autor al respecto. Leía hace unos días que en un encuentro en Roma con, entre otros, Rafael Alberti, María Teresa León, su mujer, Julio Cortázar y Roberto Matta, alguien —un director de cine brasileño— interrogó a Gabo sobre la posibilidad de realizar una versión cinematográfica de su obra. Transcribo su respuesta: “¡Nunca! “Sintetizar esa historia de siete generaciones de los Buendía, toda la historia de mi país y de América Latina, realmente de la humanidad, ¡imposible! Solo los gringos tienen los recursos para ese tipo de superproducciones. Ya he recibido ofertas: proponen una epopeya, de dos horas, tres horas de duración. ¡Y en inglés! Imagínate a Charlton Heston fingiendo que es un macondiano mítico en una jungla falsa. Sería una aberración. Intraducible a otro medio. El libro es demasiado literario”. ¡Ni muerto!”. No obstante, como en esas últimas voluntades que rara vez suelen tenerse en cuenta tras el fallecimiento de quien las dejó escritas, las pantallas de nuestros televisores abonados a la plataforma han empezado a emitir, años después de la marcha de García Márquez, las imágenes de su Cien años de soledad. Bien es cierto que se han mantenido fieles a aquellos condicionantes que, en su día, comentó y se ha filmado en español, en tierras colombianas, con bastantes actores aficionados y con absoluta fidelidad al texto original. Tanto así que la primera frase del libro, esa que todos recordamos, se respeta en la adaptación televisiva: “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”.

    Estamos llegando al temido punto de las opiniones. En general ha podido más el razonamiento clásico: a la serie le falta algo que nunca podrá tener. La reinvención del universo Macondo es dolorosa, se diluye el tempo “circular”, se reconduce prosaicamente lo que solo la literatura puede generar... ¿Recordamos aquellas líneas fascinadoramente evocadoras cuando la plaga llega a la aldea? “En ese estado de alucinada lucidez, no solo veían las imágenes de sus propios sueños, sino que los unos veían las imágenes soñadas por otros”. Obviamente no existen medios de postproducción ni efectos especiales que nos acerquen a esa sensación si no queremos caer en el burdo batiburrillo de terror fantasmagórico de serie B. Y Gabo no se lo merece. Por cierto, hablando de efectos, tremendo el cambio de los ojos de Rebeca cuando, en el libro se afirma que “se iluminaron como los de un gato en la oscuridad” transmutados en pantalla como si estuviésemos frente a un exorcismo barato. Sin embargo, en palabras de Ariel Dorfman, escritor muy crítico de la adaptación televisiva, Rebeca “no está poseída por demonios sino por una aflicción con inmensas dimensiones existenciales que apunta a las raíces mismas del lenguaje, la memoria y la muerte” Es imposible ver en una imagen ese concepto, esa realidad que, en la novela, mezcla y agita lo cotidiano, lo normal, con lo sobrenatural. ¿Se alteran los Buendía cuando llegan los fantasmas o cuando se les presentan agrios presagios de un futuro próximo? Gabo nos enfrenta a una pregunta clave: ¿Qué es la realidad? Y la respuesta en la pantalla es justo la contraria a la que podemos encontrar en las páginas de la obra a cuya potencia me encomiendo una y mil veces.

    Con todo este bagaje y vistas las primeras escenas, lamentablemente, Gabo, creo que voy a darte la razón y me sumergiré de nuevo en tus páginas apagando la tele. Sí. Otra vez.

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