Chernóbil y más

04 ago 2022 / 16:00 H.
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En 1986 se produjo quizás la mayor catástrofe nuclear de la historia, o al menos la más conocida, el trágico accidente de la central de Chernóbil, por nombre Lenin, en el norte de Ucrania. Algunos historiadores incluso hablan de esa fecha como el inicio del fin de la Unión Soviética, que comenzó a resquebrajarse en pedazos, y de aquellos polvos estos lodos. Yo tenía 12 años y los pajarillos que venían de allá, zorzales y otras aves migratorias, no se podían cazar porque eran radiactivas. Igual que ahora, que han subido los precios del pescado o la carne, todo venía de Rusia. Entiéndaseme. Era la época en que poníamos los cepos, la red y otras artes furtivas. Mi padre era una especie de zorro del monte, rastreador y carnívoro, y se juntaba con jóvenes alimañas, a las que enseñaba: algunas hoy ya muertas y otras vivas y cazando, activas depredadoras en grado sumo. Aquello de la contaminación duró como un par de años, pero lo cierto es que yo dejé aquel mundo de cazadores, y me fui inclinando por las letras. Eran mundos incompatibles, o eso creía. Así que no recuerdo con exactitud. Por aquella época, un actor metido a político, Ronald Reagan, bombardeó a Muamar Gadafi sin lograr abatirlo. En Andalucía perseveraba el sueño de los emigrantes, que peregrinaban cada verano desde Madrid, País Vasco y, sobre todo, Cataluña. Se marcharon de nuestros pueblos meridionales a finales de los 50, los 60 y gran parte de los 70, al reclamo del desarrollismo franquista, el cual invirtió en esos territorios para satisfacer a sus respectivas burguesías, en detrimento de los de siempre. Algunos retornaron en los 80, antes de que sus hijos arraigaran en aquellas tierras de acogida, pero la mayoría se quedó allí. En cualquier caso, los padres querían que sus hijos conocieran la provincia que les vio nacer, y cumplían cada verano trayendo y llevando a sus vástagos para que no perdieran los vínculos. Sin embargo, era de esperar que los perdieran, las generaciones maduraron, murieron o se cortaron los lazos, y con el tiempo muchos de ellos se volvieron más papistas que el papa, al estilo de Gabriel Rufián, que desprecia a sus primos «muertos de hambre» de Jaén y Granada... En nuestros pueblos, a los emigrantes que regresaban por vacaciones se les llamaba vaciacorrales y limpiaorzas, ya que cuando llegaban no dejaban conejo, gallina o ser vivo en el corral, y apencaban con todo, aceite incluido, de vuelta para el norte. Entonces todavía había corrales. Y bueno, algo así podría pasar hoy día con los que quedan por estos lares que, entre la sequía, la inflación y el descenso brusco del nivel de vida, van a tener que volver a arramblar con lo que haya para tirar para adelante. O a poner cepos... La pensión de los abuelos no da para más, no se estira en estos tiempos nefastos de miserias, porque la cesta de la compra ha escalado estrepitosamente y los sueldos siguen congelados. La cesta básica está por las nubes. No terminaría aquí de enumerar el precio, que ha subido, de los alimentos indispensables... ¿Todo viene de Rusia y de Ucrania? ¿A quiénes afecta esto? ¿A los señoritos? ¿A los poderosos? Más que ayudas vicarias, hacen falta iniciativas que activen la economía al margen de este sistema monstruoso que nos fagocita. Las becas o las subvenciones están muy bien, pero lo que quiere el pueblo, y lo sabemos todos, ¡son orgías!

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