Centenario de Ginés Martínez
Aranda, introductor del Renacimiento en Galicia



EBaeza ha sido cuna de grandes personajes a lo largo de la historia, eso es indudable, y dentro de ellos debemos situar al arquitecto, Ginés Martínez de Aranda. Persona notable, y de gran proyección en su disciplina, si bien en su ciudad natal es poco conocido, tal vez porque no ha dejado trabajos documentados en el patrimonio local. En numerosas ocasiones, y desde hace tiempo, se le confunde con su tío, Ginés Martínez, “el maestro de aguas”, que fue quién proyectó la bellísima Fuente de Santa María, en 1564.
Esto es así porque Ginés Martínez de Aranda pertenece a un grupo familiar que tiene su comienzo en Ginés Martínez, el viejo, y está dedicado a la misma profesión, donde además se repiten el nombre y el primer apellido y tan es así que en una misma generación hay tres primos con la misma nominación, por lo que induce a confusión en numerosas ocasiones. Felizmente, y gracias a notables investigadores se ha podido clarificar quién es quién en esta importantísima familia de canteros, y maestros canteros o arquitectos, que tuvieron nuestra ciudad como cuna y taller, y que a través de algunos de sus miembros proyectaron el Renacimiento o el Manierismo a otras latitudes. De los historiadores que han dedicado su atención a este personaje, o a su familia voy a destacar a cuatro. En primer lugar, el académico Antonio Bonet Correa (recientemente fallecido), que ya en el lejano año de 1956 escribió “La arquitectura en Galicia durante el siglo XVII”, publicada en 1966, y donde textualmente afirma que Ginés Martínez de Aranda es “el introductor del clasicismo purista andaluz en Galicia”. Esto no es un tema menor porque proyecta su manera de hacer a aquel gran centro artístico.
El profesor de la Universidad de Jaén, Pedro Galera Andreu, dedicó dos notables investigaciones a esta familia, una en 1978 y otra en 1982, publicadas ambas en el Instituto de Estudios Giennenses. En ellas avanzaba y clarificaba muchísimo en la genealogía y las obras en que interviene esta familia. Unos años después, en 1988, otro profesor jiennense, Lázaro Gila Medina, publicó un concienzudo trabajo en “Cuadernos de Arte” de la Universidad de Granada, bajo el título: “Ginés Martínez de Aranda: su vida, su obra y su amplio entorno familiar”. En este estudio clarifica aspectos genealógicos que aún estaban confusos, cuando no equivocados, partiendo del estudio sistemático de fuentes archivísticas. Por último, quisiera citar al arquitecto José Calvo López, que en 1999 dedicó su tesis doctoral a una faceta fundamental de nuestro paisano del siglo XVI, en concreto a la faceta de tratadista de la arquitectura, bajo el título: “Cerramientos y trazas de montea de Ginés Martínez de Aranda”. Años más tarde, en 2009, este mismo investigador ha publicado en la notable revista ”Archivo Español de Arte” un artículo sobre aquel manuscrito que el maestro baezano había compuesto, dedicado a los problemas geométricos de la construcción en piedra y que proyectó su influencia en el tiempo de una manera muy notable.
Ginés Martínez de Aranda, nació en Baeza en 1556 y fue bautizado el 22 de marzo en la parroquia del Sagrario, que estaba ubicada en la Catedral, y que hoy se haya suprimida. En 1561, su familia ya habría trasladado su domicilio al entorno de la Iglesia de San Pablo pues en esta parroquia bautizaron a su segundo hijo, Francisco. Era nieto por vía materna del fundador de la dinastía de canteros, e hijo de Juan de Viana y Luisa Aranda. Sin lugar a dudas en Baeza aprendió el oficio en el entorno familiar pero con varios miembros dedicados al mismo no es de extrañar que se desplazara a trabajar a Castillo de Locubín, donde hacia 1580 construían un puente sobre el río San Juan. Allí se trasladó con su hermano Francisco, y en 1582 figura inscrito como vecino. En 1585 ya estaba casado con María de Morales, y con la que tuvo cuatro hijos: Ginés, María, Juan y Petronila. Su hermano Francisco, afincado como él en Castillo de Locubín y también casado, tuvo tres hijos, entre ellos el que habría de ser gran arquitecto de la catedral de Jaén, continuador de Vandelvira, y discípulo suyo, Juan de Aranda Salazar (1600-1654). Por lo tanto, las enseñanzas de Ginés se van a proyectar a través del sobrino en la seo capitalina, con la elevación, entre otros elementos estructurales, de la gran cúpula del crucero.
En 1585 está documentado que ya era arquitecto, puesto que era el tracista de dos obras, y tres años más tarde se trasladó a vivir a Alcalá la Real, donde se hacían obras en la Abadía de la Mota. Allí se vincula con el abad, don Maximiliano de Austria, gran personaje que después fue obispo de Cádiz y arzobispo de Santiago de Compostela, persona fundamental en el desarrollo profesional de nuestro paisano. En 1589, en unión de Miguel Bolívar, figura como maestro de Santa María de la Mota y en 1590 como Maestro mayor de las obras de Alcalá, con nombramiento del poder civil. Unos años más tarde don Maximiliano lo llama a Cádiz y se vincula como Maestro mayor, entre 1598 y 1602. Interviene en la Cartuja de Jerez y en la actual parroquia de Santa Cruz, antigua catedral de Cádiz, vigente hasta el siglo XIX. Su protector fue nombrado arzobispo de Santiago y tiró de él, por lo que entre 1603 y 1606 tenemos al baezano como arquitecto mayor de la catedral de Santiago, donde proyecta el cierre del coro, las escaleras principales del templo, arreglos en la plaza Quintana, o la escalinata de la puerta del Obradoiro. En aquellos años -nos dice Bonet Correa- se convirtió en el árbitro de la arquitectura compostelana. Dio las trazas y comenzó la obra del colegio de San Clemente, la del claustro del convento de San Francisco y proyectó, igualmente, el monasterio de San Martín Pinario, pues en 1611 el General de la Orden Benedictina le indica al abad: “Que se prosiga la obra principal sin levantar mano de ella... y en la dicha obra se siga en todo la traça y modelo de Ginés Martínez, maestro de cantería”. Haciendo balance, don Antonio Bonet nos dice: ”Con la desaparición de este arquitecto, que en tan pocos años, bajo la protección del arzobispo don Maximiliano de Austria, innovó la arquitectura santiaguesa, se cierra el primer periodo del clasicismo purista santiagués”.
Tras su intervención compostelana vuelve a Castillo de Locubín y sigue vinculado a las obras de la iglesia de Santa María de la Mota, en Alcalá la Real. Sin duda volvió por diversas razones, como afirma Lázaro Gila. Por motivos familiares, pues su mujer y sus cuatro hijos vivían aquí; por la gestión de un buen patrimonio, especialmente agroganadero, y por eso aparece en la documentación histórica con compras y ventas, así como alquileres. Por último, siguió trabajando en la cabecera y sacristía de la iglesia abacial hasta su fallecimiento el 9 de marzo de 1620. Su patrimonio fue evaluado durante el proceso de la herencia en casi dos millones de maravedíes, lo cual indica que las cosas le fueron muy bien en ese aspecto. Falleció a los 64 años y fue enterrado en la capilla mayor de la parroquia de San Pedro, de Castillo de Locubín.
Este arquitecto no solo ejerció su oficio de manera práctica sino que fue un excelente teórico. Así, entre los bienes que dejó al morir había dos libros elaborados por él que eran los originales de su manuscrito: “Cerramientos y trazas de montea”. Es decir, un tratado del trabajo del corte de la piedra, que en su época se denominaba montea o arte de la cantería, y ahora, estereotomía. El contenido del manuscrito, según el propio arquitecto anota en el prólogo, estaba dividido en cinco partes: arcos; capialzados y puertas; caracoles y escaleras; pechinas y bóvedas; y capillas y ochavos. Todo ello totalmente ilustrado con los dibujos correspondientes de los elementos que describía, y con sus despieces correspondientes, para de esta manera, facilitar al máximo su utilización práctica. Lo conforman 152 hojas y es de dimensiones reducidas. En 1986, se publicó una edición facsímil de un ejemplar que está en el Servicio Histórico Militar de Madrid. Este manuscrito, que había pertenecido a la familia de arquitectos del Barroco, los Churriguera, sin duda debió ser material de trabajo para estos. Contiene las dos primeras partes del contenido y parte de la tercera. En su día Aranda lo dedicó a su mecenas, el arzobispo don Maximiliano de Austria, al que le debía sus importantes encargos.
Ahora se conmemora el cuarto centenario de la desaparición de este baezano, y ya también para siempre castillero, de gran nivel teórico y práctico en la arquitectura de su tiempo, y cuyas enseñanzas se prolongaron siglos después, merced a su tratado de cantería.