Cavilaciones con romance final
Anda una servidora algo descreída ya de enojosos postureos tan al uso en esos remilgados actos, más o menos oficiales, a los que tanto se ansiaba ir de jóvenes como se detesta acudir ahora, cuando ya se está empedernida de artificios. Si hay que ir, se va, tras colgarse atrezos con los que velar los estragos del tiempo; pero nunca está de más llevar “analgésicos” emocionales. Con el tiempo, cada cual de los que ya somos renegados− buscamos nuestras propias mañas para pasar el tiempo, mientras ponemos cara de estar embelesados con las arengas mitineras, expresamente escritas para “el señorito” por un fulanito de segunda a sueldo del patrimonio común.
Mi particular manera de solazarme en tales pejigueras es acechar las manos de los asistentes a la hora de ponerse para que les echen la foto. Ese “observatorio” me llevó a escribir aquel microrrelato −50 palabras−, en formato diálogo, titulado “Suspensorios oficializados”, que no me resisto a reproducir aquí como divertimento:−véase la “geolocalización” corpórea de esas manos y dígasenos si no semeja un anuncio de suspensorios digitales, sujetando “mondoños” furtivos.
¿Y dónde se supone que van a poner las manos las criaturicas para la foto de familia? −Pues... ¿Ves? Tener manos es lo natural. Lo complicado es saber dónde meterlas. Un segundo recurso para superar los tedios tumultuarios es vigilar a esas criaturas que van a la deriva hasta colocarse junto al cáterin oficial para atacar las primeras en cuanto se abre la veda. Mi tercer afán es localizar a los insufribles para poner tierra de por medio entre ellos y yo. Me explico: confiada por naturaleza, y hasta un pelín gregaria, al más puro estilo cabra aznaitinera, va una por esos mundos con las entendederas abiertas de par en par para no perderse los jugosos encuentros que, entre tanto remilgo, nos regala esa gente sencilla, “sin-maneras-prefabricadas”. Para ellos siempre tengo preparado un venga-usted-con-Dios a manera de abrazo de fiado y al por mayor. Sin reservas.
Claro que eso de ir por el mundo a cuerpo gentil y sin guardabarros tiene sus ventajas, donde no es la menor la de aprender de los verdaderos sabios: esos que nunca se ofenden, porque nunca ofenden ni conciben que alguien pueda ofender queriendo. Pero también tiene sus desventajas. Entre otras, se corre el riesgo de toparse como yo me topé hace unos días− con uno de esos tiquismiquis taimados, siempre listos a llevarle la contraria al mismísimo Espiritu Santo que viniera a iluminarlo en mitad de una cellisca, por si el Espiritu Santo viene con malas intenciones.
¿De verdad no han topado nunca con una de esas criaturicas expertas en amargarle le vida a cualquiera? Pues, por si acaso, ahí va en formato romance un buen consejo:
¡Quien no se ha cruzado nunca
o padece la condena
de cruzarse en su faena
con uno de esos batucas!
Chinchosos de medio pelo
con los sesos de badana
biliosos, pobres pelanas
que aburren al mismo cielo.
Sus ingles siempre en sazón
a cualquier escocedura
le trastornan la cordura
al mismísimo Platón.
Criaturicas que dan pena:
empuñan tal cerrazón
que ante cualquier solución
envidan con un problema
Garrulos sin expurgar,
tan melindrosos, tan finos
que hasta pa´escardar pepinos
usan papel de fumar.
Tan escocíos, tan chinches,
de mentes tan retorcías,
que les das los buenos días
y responden: “y-tú-más”.
Pues no hay que pensarlo más:
que si por casualidad
vamos y le echamos cuentas
a sus chuscas pejigueras,
las pobres entendederas
se nos empantanarán.
Así que, oído y al loro:
espantemos a esos tábanos.
Si hubiéramos de cruzárnoslos
¡pues como si no existieran!
Y si ellos persistieran
en intentar arrimársenos
pongamos tierra por medio.
Crucemos a la otra acera
y no perdamos el tiempo
con tan engorrosos loros.
Porque nuestro tiempo es oro
y esos son falsos orfebres
en busca de un buen pesebre
donde poder hocicar,
no derrochemos esfuerzos
con fauna sin desasnar
de la que por ahí hay.
Pues llevarles la contraria
es una inutilidad
convenzámonos: lo más
perspicaz e inteligente
es ignorar a esa gente.
No consentirles ni un ay.