Cavilaciones con romance final

    01 abr 2024 / 09:13 H.
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    Anda una servidora algo descreída ya de enojosos postureos tan al uso en esos remilgados actos, más o menos oficiales, a los que tanto se ansiaba ir de jóvenes como se detesta acudir ahora, cuando ya se está empedernida de artificios. Si hay que ir, se va, tras colgarse atrezos con los que velar los estragos del tiempo; pero nunca está de más llevar “analgésicos” emocionales. Con el tiempo, cada cual de los que ya somos renegados− buscamos nuestras propias mañas para pasar el tiempo, mientras ponemos cara de estar embelesados con las arengas mitineras, expresamente escritas para “el señorito” por un fulanito de segunda a sueldo del patrimonio común.

    Mi particular manera de solazarme en tales pejigueras es acechar las manos de los asistentes a la hora de ponerse para que les echen la foto. Ese “observatorio” me llevó a escribir aquel microrrelato −50 palabras−, en formato diálogo, titulado “Suspensorios oficializados”, que no me resisto a reproducir aquí como divertimento:−véase la “geolocalización” corpórea de esas manos y dígasenos si no semeja un anuncio de suspensorios digitales, sujetando “mondoños” furtivos.

    ¿Y dónde se supone que van a poner las manos las criaturicas para la foto de familia? −Pues... ¿Ves? Tener manos es lo natural. Lo complicado es saber dónde meterlas. Un segundo recurso para superar los tedios tumultuarios es vigilar a esas criaturas que van a la deriva hasta colocarse junto al cáterin oficial para atacar las primeras en cuanto se abre la veda. Mi tercer afán es localizar a los insufribles para poner tierra de por medio entre ellos y yo. Me explico: confiada por naturaleza, y hasta un pelín gregaria, al más puro estilo cabra aznaitinera, va una por esos mundos con las entendederas abiertas de par en par para no perderse los jugosos encuentros que, entre tanto remilgo, nos regala esa gente sencilla, “sin-maneras-prefabricadas”. Para ellos siempre tengo preparado un venga-usted-con-Dios a manera de abrazo de fiado y al por mayor. Sin reservas.

    Claro que eso de ir por el mundo a cuerpo gentil y sin guardabarros tiene sus ventajas, donde no es la menor la de aprender de los verdaderos sabios: esos que nunca se ofenden, porque nunca ofenden ni conciben que alguien pueda ofender queriendo. Pero también tiene sus desventajas. Entre otras, se corre el riesgo de toparse como yo me topé hace unos días− con uno de esos tiquismiquis taimados, siempre listos a llevarle la contraria al mismísimo Espiritu Santo que viniera a iluminarlo en mitad de una cellisca, por si el Espiritu Santo viene con malas intenciones.

    ¿De verdad no han topado nunca con una de esas criaturicas expertas en amargarle le vida a cualquiera? Pues, por si acaso, ahí va en formato romance un buen consejo:

    ¡Quien no se ha cruzado nunca

    o padece la condena

    de cruzarse en su faena

    con uno de esos batucas!

    Chinchosos de medio pelo

    con los sesos de badana

    biliosos, pobres pelanas

    que aburren al mismo cielo.

    Sus ingles siempre en sazón

    a cualquier escocedura

    le trastornan la cordura

    al mismísimo Platón.

    Criaturicas que dan pena:

    empuñan tal cerrazón

    que ante cualquier solución

    envidan con un problema

    Garrulos sin expurgar,

    tan melindrosos, tan finos

    que hasta pa´escardar pepinos

    usan papel de fumar.

    Tan escocíos, tan chinches,

    de mentes tan retorcías,

    que les das los buenos días

    y responden: “y-tú-más”.

    Pues no hay que pensarlo más:

    que si por casualidad

    vamos y le echamos cuentas

    a sus chuscas pejigueras,

    las pobres entendederas

    se nos empantanarán.

    Así que, oído y al loro:

    espantemos a esos tábanos.

    Si hubiéramos de cruzárnoslos

    ¡pues como si no existieran!

    Y si ellos persistieran

    en intentar arrimársenos

    pongamos tierra por medio.

    Crucemos a la otra acera

    y no perdamos el tiempo

    con tan engorrosos loros.

    Porque nuestro tiempo es oro

    y esos son falsos orfebres

    en busca de un buen pesebre

    donde poder hocicar,

    no derrochemos esfuerzos

    con fauna sin desasnar

    de la que por ahí hay.

    Pues llevarles la contraria

    es una inutilidad

    convenzámonos: lo más

    perspicaz e inteligente

    es ignorar a esa gente.

    No consentirles ni un ay.

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