Cataluña ante el 14-F

14 feb 2021 / 10:22 H.
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Las elecciones catalanas se celebran mañana domingo en medio de una atmósfera políticamente tóxica. Atrás quedó la Cataluña luminosa, europea, avanzada, aquel brillante lugar donde residían las vanguardias del arte, teatro, novela, canción y poesía. Esa Cataluña de escritores como Santiago Rusiñol, al que en una reciente obra teatral, Ramón Fontseré, actual director de “Els Joglars”, definía así: “Santiago Rusiñol fue un destructor de fanáticos que representó una sociedad de ciudadanos holgados y juiciosos a orillas del Mediterráneo”. Luz, pues, a orillas del Mediterráneo. Pero la situación se envenenó hasta el punto de que Albert Boadella dijera hace tres años en una entrevista: “Cataluña necesita un electroshock”. Puigdemont, sí, asegura que se halla exiliado en Waterloo, pero hay muchos intelectuales catalanes que viven un extraño exilio en Madrid. El periodista Juan Luis Cebrián, o el historiador Roberto Fernández —en su recién publicado libro “Combate por la concordia”—, señalan al Estatut que en su día pactaron Zapatero y Maragall como el origen del “procés”, de ese estado febril por la independencia que ha conducido a Jordi Cuixart, líder de Ómnium, a clamar: “¿Estamos dispuestos a luchar por Catalunya hasta el punto de que nuestros hijos vayan a la cárcel si es necesario? Si la respuesta es sí, hemos dado un paso de gigante”. La disputa electoral catalana se plantea a distintos niveles, en todos ellos de manera descarnada. Unos y otros han definido claramente su posicionamiento. Salvador Illa quiere el diálogo; Puigdemont quiere disturbios callejeros, el retorno al uno de octubre de 2017; y Vox quiere la Guardia Civil. La cita con las urnas de mañana llega envuelta en incertidumbre en los resultados y tendrá consecuencias políticas para toda España. La campaña del PP ha quedado decididamente enturbiada por la vista oral contra el ex tesorero del partido, Luis Bárcenas, que ha diluido el discurso de Alejandro Fernández, candidato popular y, sobre todo, de Pablo Casado, subido a la gaviota de las siglas, cada vez más herida y de vuelo rasante. En el PP temen —aunque no lo manifiesten— el “sorpasso” —adelantamiento— de Vox. Y para ello han enviado a Cataluña a hacer campaña a voces del partido directamente conectadas con la derechona, como Alejo Vidal Cuadras, que ni siquiera milita ya en el PP, o Cayetana Álvarez de Toledo, la marquesa intelectual marginada por Casado, aunque el líder no haya visto con buenos ojos el protagonismo de la todavía diputada tras el duro enfrentamiento político que ambos mantuvieron el pasado verano. Vox ha imitado la actuación electoral de Ciudadanos en 2017, ha dominado claramente el lado derecho de la campaña, e incluso el acoso de los ultras y radicales catalanes a sus mítines puede resultarle favorable. Santiago Abascal sonríe con la inquietante risa de su caricatura en las viñetas de Peridis, mientras Iván Espinosa de los Monteros alienta a los suscriptores de un periódico nacional a darse de baja. La política en Cataluña hace tiempo que se hizo pandemia. Y la pandemia amenaza ahora a las urnas. Cataluña es incertidumbre y desolación. Dicen que en las calles de Barcelona hay más carteles de los candidatos a la presidencia del Barça que publicidad de los partidos que concurren al 14-F. La situación catalana, desgraciadamente, cada vez evoca más el título de aquella gran novela de Alfredo Bryce Echenique: “Dándole pena a la tristeza”.



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