Cata-luña, Cata-crack

    25 oct 2019 / 11:02 H.

    Recuerdo con añoranza aquellas vacaciones en el pequeño pueblo de mis primos de la vecina Córdoba. Partidos de fútbol en la plaza de la iglesia, chucherías en el kiosko... Me acuerdo cuando decían con alegría: “¡Qué ya han llegado los limpia orzas!”, e íbamos a buscar a sus primos “los catalanes”. Nuestra imagen de Cataluña era de una región próspera, de gente emprendedora, preparada y avanzada. Esos primos, nacidos allí, se sentían poco de aquí, pero tristemente allí tampoco los integraban, despectivamente eran los charnegos, adjetivo más racista que despectivo. Miles quedan, ya crecidos, y se han dividido entre “bestias invasoras” que tienen que hablar castellano “en la intimidad”, héroes marcados con hijos señalados; e integrados como integristas, más “catanazis” que catalanes, que miran con superioridad a la tierra de sus ancestros. Los que ahora juegan en nuestras plazas ven una Cataluña peligrosa, conflictiva, racista, para nada un ejemplo de progreso y trabajo, con una gente que cambió el emprendimiento por los adoquines y las esteladas, y tan enraizado que será difícil de revertir. Cataluña, ¿quién te ha visto y quién te ve?.