Cascar al bicho

01 oct 2020 / 16:32 H.
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Si hay una fiesta taurina especialmente perjudicada por la covid y sus medidas preventivas es la de San Marcos. Porque en su esencia están el roce —casual o intencionado—, la cercanía, el abrazo, la compañía, el compartir comida y bebida, y el agarre común de la misma cuerda para tirar del toro o “darle soga” según convenga. Pero —miren por donde— siendo cierto que la Fiesta —así— viene a ser incompatible con la pandemia, también lo es que podría servir como ejemplo de actitud para combatirla. Porque el espíritu de San Marcos viene a representar todo lo contrario a lo que estamos viviendo y a la forma de resolverlo. Y es que, dada la gravedad de la crisis, lo que menos podíamos esperar de nuestros gobernantes es el grado de encabronamiento político al que, sin comerlo ni beberlo, nos quieren llevar. Se puede estar en contra de la monarquía o de la constitución, claro que sí. Y de los curas y de los toros. Pero de verdad, con la que está cayendo, ¿es momento ahora de alimentar la discordia y el desencuentro? ¿Y es ético y tolerable que se haga desde el propio Gobierno por quienes no hace ni un año que prometían lealtad a esas instituciones que pretenden derribar? ¿De verdad eso ayuda a la solución de los problemas? ¿O más bien a ocultar la incapacidad para resolverlos? Cuando más necesaria es la unidad, más nos ponemos a cuestionar los elementos que la representan. El ninguneo de la figura del Rey es el último ejemplo. Que tenga que ser una joven juez —a la que miserablemente han dejado sin foto con el Rey el día más importante de su carrera— la que defienda su propia independencia, ante un ministro de Justicia que se ofende al escuchar un ¡Viva el Rey! es para ponernos a pensar. Tampoco parece que vaya a ser muy útil andar removiendo a estas alturas la rebautizada memoria democrática. Los políticos —ahora más que nunca— están para hacer la historia, no para revisarla. La memoria es buena si se usa como herramienta de la inteligencia y de la prudencia. Que una cosa es honrar a los muertos y otra echárnoslos a la cara. Cascar al bicho es hoy por hoy lo principal. Si tienen ocasión, cuando esto acabe vayan a Beas por San Marcos —o al Arroyo— y no se pierdan el día veinticinco —al amanecer— la suerte sanmarquera que viene a representar la íntima y ancestral relación del hombre con el animal más adorado del mediterráneo. Mi hermano atlante la relaciona en origen con el antiguo castrado de los machos en primavera que se convertían así, tras la doma correspondiente, en los bueyes con los que arar la tierra. Los mozos, en una operación arriesgada, suman sus fuerzas para inmovilizar a un toro que no se deja, lanzándose todos a un tiempo, unos agarrando la mismísima encornadura, otros al cuello, al rabo o a los lomos, y así poder colocarle el collar de cascabeles y el aparejo bordado. Eso es cascar los toros, cuya clave está en el esfuerzo en común y en la coordinación de movimientos. Se trata de ayudar pero sin estorbarse. La España en libertad en la que creemos la mayoría de los españoles ha conseguido sus mejores logros históricos cuando hemos tirado juntos de la cuerda. Y eso sólo se logra desde el entendimiento y el respeto a las reglas y a las instituciones que nos representan. Y con un gobierno de altura que busque de verdad el acuerdo con aquellos que las respetan, no con los que las desprecian.

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