Carmen se jubila

    03 jul 2020 / 17:10 H.
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    Hay personas que mean en lata y otras que mean en lana. Quien pasa por este mundo haciendo ruido, y efectivamente, lo único que hacen es ruido porque obras pocas, y otras que no han parado de dejarse la piel luchando por mil cosas pero sin la más mínima búsqueda del reconocimiento. Hoy me veo en la obligación de contar la historia de una mujer adelantada a sus tiempos, que peleó sin aspavientos por la igualdad desde la trinchera en que le tocó combatir. Hija de la guerra, con 5 años vivió el enfrentamiento fratricida en el mismísimo ojo del huracán, el Santuario de nuestra Señora de la Cabeza. Una fecha que no está datada entre los estudiosos de la contienda es el 16 de abril de 1937, día en que murió Francisco Merino Anciano en el cerro del Cabezo después de llevar tres días herido, consecuencia del impacto de un obús cuando se encontraba defendiendo la posición adelantada en la casa de la hermandad de Arjona. Desde el Santuario se oían los lamentos, pero nadie podía salir a socorrerlo por ser imposible atravesar el tiro cruzado. Tenía cinco años y recuerda perfectamente las lentejas que había en la mesa ese día y que dijo que no se las comía hasta que no llegase su padre. Recuerda absolutamente todo, lugares, personas con nombre y apellidos, fechas y un largo etcétera. Sirva de ejemplo que hace unos meses estuve visitando el museo de la Marina de Viso del Marqués.

    Cuando se lo comenté me dijo que ya lo conocía, que allí es donde la llevaron cuando sacaron a las viudas y niños del Santuario, que dormían en el suelo en una zona del patio que tenía cubierta y que unas señoras intentaron quedarse con ella para quitarle un peso a su madre, que estaba sola con cuatro churumbeles, el mayor de 8 años y el menor con apenas un año. Le dije que era imposible que se acordara del palacio, describiéndome el lugar sin el más mínimo error.

    Habla de las penas que pasó la gente, sin distingos de bandos, de encontrarse hermanos el día de la toma del Santuario y casi no saludarse, del miliciano que la cogió cuando salió de la cueva en la que estaba escondida con otros niños y mujeres, y el mal rato que pasó el buen hombre, dándole todo lo que tenía al ver esas piltrafas en la que se habían convertido esos seres humanos.

    “No Ignacio no, yo he rezado siempre porque mis hijos no fuesen ni maleantes ni políticos y porque mi hija tuviese las mismas oportunidades que mis hijos”. Católica moderada, es una convencida de que los extremos no son buenos, por moverse en muchas ocasiones por odio y resentimiento, “y con esos compañeros de viaje, no se puede ser feliz”. Con 14 años comenzó a trabajar en Fiscalía de tasas, siendo la única mujer entre tanto hombre, no amilanándose por nada ni por nadie.

    Recuerda de esa época algo que yo desconocía, y es que en 1954 fue a votar en unas elecciones en las que se enfrentaron una candidatura monárquica, otra oficial y otra independiente con el resultado esperado. Se casó y, como era costumbre, dejó el trabajo, dedicándose a la cría de 5 mamíferos. Aficionada al fútbol, era socia de su Real Jaén, al que seguía en algunos desplazamientos. Recuerda que en una ocasión, estando en Tanger, jugaba allí el Jaén y se le metió en la cabeza que quería ir al campo, por supuesto le dijeron que allí no podían ir mujeres, ella sencillamente dijo que eso donde lo ponía, allí que se presentó entre tanta chilaba animando a su equipo del alma.

    Quedó viuda con apenas 50 años, tomando las riendas del estanco de la calle San Clemente, donde se le ha podido ver durante los últimos cuarenta años con su ordenador y las nuevas tecnología a las que al principio les tuvo recelo pero que no tardó en hacerse con ellas. Por supuesto al cerrar el estanco se marcha a la casa a ponerle de comer a cualquiera de los hijos o nietos que se presenten. El coronavirus y la persistencia de sus nietos han conseguido que a sus 88 años diga adiós a esta etapa, dejando huérfana a la calle San Clemente de la última superviviente de la antigua calle Prado y Palacio.

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