Canto de alegría
He visto una película que, para mí, debiera ser visionada en escuelas, institutos y asociaciones diversas. Es americana. Pero no tiene ni sangre, ni disparos o matanzas variadas, ni guerras, ni héroes infantiloides o fascistoides. Tampoco (y ya es decir) aparece la sempiterna bandera barrada de las estrellas del patrioterismo barato. No hay actitudes racistas y de exclusión o separación de personas por su raza, procedencia, pensamientos o creencias. No hay prédicas ni sermones salvadores. Ni el desprecio que genera el dinero. Y me dirán qué clase de película es esa. Rara avis. Es un canto a la convivencia, al respeto, a la solidaridad, al civismo positivo y constructivo y es una denuncia de sus contrarios, del imperio de las compañías constructoras, de la utilización sin topes de la intimidad y la privacidad de los ciudadanos por las corporaciones y compañías privadas, de la utilización del ciudadano como mera cosa vendible o comprable (mero consumidor exprimible), de la falta de humanidad dominante. Es un canto de alegría. “El peor vecino del mundo”.