Camino de Santiago

    05 sep 2022 / 16:08 H.
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    Vivimos tiempos de convulsiones, contradicciones y falta de referentes éticos. Nuestro único e inexpugnable refugio: la espiritualidad. Nos sirve para escapar de una realidad social que no nos satisface. Nada nuevo bajo el sol. Ya desde la Edad Media el Camino de Santiago ha formado parte de esas rutas mágicas donde lo mundano y lo religioso se funden y se complementan. He vivido esa experiencia junto a otros jiennenses. Y ha merecido la pena. A las rutas jacobeas acuden gentes de todo el mundo. Sobre todo, buenas gentes. Gentes con valores y principios procedentes del más amplio espectro ideológico. Cuando el dolor y la frustración se ven aliviados por la fe y la solidaridad de los demás, el camino por la vida se hace más grato y llevadero. Y hasta invita a meditar sobre nuestra propia trascendencia. El “camino” pasa a ser una auténtica metáfora de nuestra vida. ¿Qué es la vida sino un deambular cotidiano de un lado a otro, un caminar sin descanso por sendas una veces luminosas pero otras, oscuras y tortuosas? En estos tiempos de miedos, hábilmente administrados desde el poder, “nuestras vidas son así: / siempre andar peregrinando / para pedirle a un apóstol / que nos conceda un milagro”.

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