Cambiar la seda por el percal

13 dic 2018 / 11:32 H.

Ocurrió también en este mismo mes y conviene recordarlo porque fue ese gesto colectivo andaluz el que forzó el referéndum del posterior 28F que trajo consigo el Estatuto de Autonomía. Aquel 4 de diciembre de 1977, casi dos millones de andaluces salimos a la calle pidiendo autonomía para Andalucía. ¿Y por qué éramos tantos y tan variopintos? ¿Por haber leído a Blas Infante? Pues no. Poca gente sabía quién era y lo que decía. ¿Por un sentimiento andaluz heredado de nuestros antepasados? Puede ser, pero no estaba ni mucho menos definido. ¿Por una identidad propia para señalar y reivindicar nuestras diferencias con el resto de españoles? Eso es lo que nos decía un movimiento incipiente de un reducido y “sevillanero” sector andalucista. Pero la realidad es que la inmensa mayoría no salimos aquel día para reivindicar ninguna diferencia, sino precisamente para todo lo contrario, para no ser diferentes ni menos considerados que otros para conseguir la autonomía. La Constitución en ciernes contemplaba dos vías de acceso a la misma, una rápida para las llamadas comunidades históricas —vascos, catalanes y gallegos— y otra lenta para las demás. Los andaluces, que nunca quisimos ser menos que nadie, mostramos nuestra voluntad de autogobierno, teniendo claro que el hecho de ser más andaluces nunca iba a suponer ser menos españoles. Y así seguimos. “Andalucía, por sí, para España y la Humanidad” reza la consigna de nuestro escudo. El PSOE supo capitalizar aquel acontecimiento frente a los errores de los andalucistas de Rojas Marcos y la poca fuerza moral que les quedó a los partidos que pidieron la abstención. Pero el tiempo pasa y ya se sabe lo que pasa cuando se manda tanto y durante tanto tiempo. Y hace unos días lo que parecía imposible ocurrió con un resultado inesperado de unas elecciones que ha puesto las orejas tiesas al personal de todo el Estado abriendo debates más allá del ámbito andaluz para el que se convocaron. Porque siendo cierto que había motivos más que sobrados para apoyar un cambio, también lo es que a la hora de votar —o de no votar— se ha querido dar una respuesta clara a la embestida de los independentistas catalanes por un lado y a los pactos indecentes del “pedrosanchismo” por otro. Y es que, si alguien pensaba que los españoles (ahora los andaluces, después vendrán los demás) iban a quedarse quietos ante la provocación secesionista, es que no conoce a los españoles. No hay que confundir el aguante con la mansedumbre, y la resistencia que muchos andaluces-catalanes —no rufianes— están demostrando allí mismo es ejemplar. En cualquier caso, en Andalucía, que es de lo que ahora se trata, es tiempo de esperanza. La alternancia es esencial en una democracia. Y ojalá pronto se empiece a hablar de las soluciones a los problemas propios, que no son pocos ni de fácil arreglo. El paro, la sanidad, la dependencia, la formación ocupacional y, cómo no, la despoblación y el mundo rural, con su PER y con su PAC. Pero lo primero es poder ver una nueva forma de torear, eficiente y honesta, sin trampas ni enganchones, al natural. Cuando se obtengan los permisos necesarios y se resuelva definitivamente el orden y la colocación de las cuadrillas, será el momento de terminar el paseíllo y cambiar la seda por el percal. Y que Dios reparta suerte, que aquí y en el resto de España la vamos a necesitar.