Caliente, caliente...
Parece que escuchamos a la Carrá cuando suena ese estribillo. Es más, seguro que sabemos la canción entera. Aquel “Hace tiempo que el clima anda loco, anda suelto y no lo puedo frenar. Por las noches me despierto abrazada a la almohada y sudando a rabiar”... Ah, un momento, que parece que la letra no era esa exactamente. Pero ese “caliente” sí que nos acerca, letras aparte, a una realidad que, lejos de amenizar veladas, jolgorios nocturnos y verbenas varias, nos enfrenta a un problema doloroso y cada vez más difícil de solucionar: el cambio climático.
Más allá de posicionamientos políticos, que de todo hay en la viña “de no se sabe quién”, los registros no dejan lugar a duda: En 2023 las temperaturas alcanzaron niveles no conocidos desde hace milenios. Dicho así suena a apocalipsis climático, pero contamos con mediciones que indican que las temperaturas diarias de los océanos fueron las más altas nunca registradas. La capa de hielo cayó a mínimos y, en general, la temperatura mundial superó la media de lo registrado realmente desde 1850.
Para estadios anteriores, los científicos estudian los sedimentos marinos, las capas profundas de los glaciares, los anillos de los árboles más antiguos y todo tipo de investigaciones al efecto. Los árboles, por ejemplo, crecen más en los años con más calor y humedad y más despacio con periodos fríos. Se ha descubierto así que el año 246 d. C. fue el verano más cálido del hemisferio norte en los últimos 2.000 años. Y 25 de los últimos 28 años han superado aquella temperatura siendo 2023 el que destaca sobre todos ellos mientras que en 2024 parece que estamos a punto de superarlo todavía más. Respecto a los glaciares, estudiando la proporción que guardan de distintos gases (oxígeno, nitrógeno. CO2) se puede saber la temperatura de las capas más antiguas, incluso llegando a 800.000 años atrás en unas muestras recogidas en la Antártida. En cuanto a los sedimentos marinos, conchas de antiguos animales y materiales recogidos en varias investigaciones se llega a una conclusión muy dura: nuestras temperaturas actuales superan a todas las que el planeta ha soportado desde hace millones de años. Hemos ido cambiando no ya el clima sino el planeta. Las emisiones de efecto invernadero, por ejemplo, han de ser reducidas drásticamente si queremos revertir la situación. Y hay que hacerlo cuanto antes. En caso contrario las temperaturas de un verano típico podrían superar en casi cinco grados a las actuales con todo lo que eso conlleva. Entre otros efectos perniciosos se produciría un aumento mayor en el derretimiento de las capas de hielo de los polos. En 2019 ya se habían perdido 160.000 millones de toneladas de su superficie, es decir, tal y como afirmaba la prensa, algo así como el equivalente a a 64 millones de piscinas olímpicas. Sin embargo, al acceso al agua es cada vez más complicado por, precisamente, la influencia de las altas temperaturas. Más de la mitad de la población mundial, según los últimos estudios, se enfrenta a una grave escasez de agua durante al menos un mes al año en el escenario menos problemático. Solo con un aumento de grado y medio, casi mil millones de personas en zonas áridas experimentarán estrés hídrico, por calor y desertificación y, por el contrario, las inundaciones aumentarán en casi un 25%. Un reciente titular de prensa afirmaba que, en apenas unas décadas, el calor y la sequía podrían dejar en Madrid un clima similar al de Marrakech. Si no tomamos medidas con cierta urgencia, el aumento de temperatura será de 0,6 grados por década: sobre dos grados más en 2050 y entre cuatro y cinco a final de siglo. Y España es el segundo país del mundo donde se registran más olas de calor y de mayor duración. La Agencia Estatal de Meteorología constata que el verano dura ahora alrededor de cinco semanas más que hace 40 años. Como cantaba Radio Futura, “Arde la calle al sol de poniente” y nosotros también. Quizá todos deberíamos apuntarnos a la “escuela de calor” buscando soluciones.