Cachitos de tele y virus

11 abr 2020 / 12:23 H.
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Recorren las redes, refugio de soledades confinadas en este tiempo de pandemia, mensajes de gentes de variopintas edades que han descubierto unos y revisitado otros los viejos, antiguos, añorados y vueltos a la vida programas de televisión que poblaron nuestra época de tierna infancia y florecida juventud. Páginas como “YouTube” o “RTVE a la carta”, entre otras, nos dejan husmear en los archivos audiovisuales escondidos en lo más profundo de nuestro recuerdo. Al socaire de, por ejemplo, el treinta aniversario de la muerte de Félix Rodríguez de la Fuente, acaecido hace apenas semanas, muchos de quienes permanecemos recluidos por culpa de ese “bicho coronado”, nos hemos acercado a sus programas y, al tararear su archifamosa sintonía, nos trasladamos a otro tiempo en que la libertad no estaba cercenada. Recorremos con él sierras y campiñas, cuevas y altozanos, para sentir el aire en la cara, la tierra bajo los pies y el beso cálido de la naturaleza en lo más íntimo. Pequeños placeres que ahora nos están vedados. De “El hombre y la Tierra” a “Planeta azul”, Félix nos dejaba pasear por un mundo que nos fascinaba y que, por tanto, generaba audiencias millonarias en la tele, única del momento. Y para “otros mundos” esotéricos, nada mejor que acudir al Doctor Jiménez del Oso y su “Más allá”.

Además de Félix y de algún otro divulgador como Miguel de la Cuadra Salcedo o Jesús González Green, por citar solo a alguno de aquellos intrépidos aventureros periodistas que nos abrían un universo físico, lejano y casi siempre inalcanzable si no fuera por el catódico viaje, otros muchos programas nos dejaron honda huella en eso que se llama “cultura” y que no siempre sabemos definir. ¿Lo eran las profundas entrevistas de Soler Serrano en “A fondo”? ¿Y las tertulias vespertinas de domingo a cargo de Fernando Fernán Gómez?

Alimento para el espíritu entonces y ahora eran las múltiples escapadas teatrales que nos abría el escenario del “Estudio 1”, del “Pequeño teatro”, de “Cuentos y Leyendas”, de “Ficciones” o el capitular despliegue de “Novela” día tras día, semana tras semana, sin dejar de temblar frente a aquellas “Historias para no dormir”, de Ibáñez Serrador.

Sería imposible mencionar tantas y tantas obras, tantos y tantos autores, que desfilaron por aquellas pantallas de “glorioso blanco y negro” como diría Garci refiriéndose al cine. Nombrar solamente “Doce hombres sin piedad”, “El conde de Montecristo”, “Casa de muñecas”, “Diálogo de Carmelitas”, “El alcalde de Zalamea”, “Crimen y castigo”, “La vida es sueño”, “El mercader de Venecia”, “Peribañez y el comendador de Ocaña”, “El avaro”,
“Don Juan” o “La muerte de un viajante”, es dejarse en el tintero a gran parte del imaginario teatral de nuestra historia tanto española como mundial que se daban cita en la pequeña pantalla y agrupaban frente a ella a familias enteras. Y no olvidamos a Mihura, los Álvarez Quintero, Arniches o, ya más cercano en el tiempo, al inefable Alfonso Paso o el
caricaturesco Álvaro de la Iglesia, miembros ya de categorías más ligeras pero que abrazaban el espíritu de aquellos que se sentaban ante las pantallas quizá para olvidar el ambiente que les rodeaba en tiempos complicados.

Se diría que ahora ese abanico de posibilidades está hurtado a los espectadores sencillos habiéndose trasladado a las redes, aunque estas sigan
otro tipo de prioridades más tendentes a la diversión y al esparcimiento sin límites —nunca mejor, o peor, dicho— que, a mantener, aumentar o favorecer un nivel cultural
sano y adecuado.

Otra ventana a la juventud que el covid-19 nos ha abierto sin pretenderlo es la de aquella música que nos llegaba de manos de los primeros entusiastas que buscaban en el Reino Unido, Francia o EE UU las novedades que presentaban con un ojo puesto en la mano censora que podía eliminar canciones con solo chasquear los dedos. José María Íñigo, luego asociado a los programas espectáculo de entrevistas y actuaciones, fue uno de los pioneros con aquel “Último grito” o “Ritmo 70”, dirigido nada menos que por Pilar Miró. Aquel bigote significó mucho más que su simple acepción de apéndice capilar para convertirse en marca identitaria de otra forma de ver, escuchar y saborear la música de los sesenta y setenta antes de llegar a su “Estudio Abierto” o a “Fantástico”. Tampoco podemos olvidar y mucho menos dejar de revisitar, “Galas del Sábado”, “A todo ritmo”, “Aplauso” y, en especial, “La edad de oro”, escaparate ochentero de la movida madrileña, que difundió las nuevas corrientes musicales y culturales emergentes siempre de la mano de la recordada Paloma Chamorro. Para descubrir nuevos talentos ya se contaba con “Gente Joven” mucho antes de OT.

Aquella nueva forma de entender televisivamente la cultura arrasó también en el apartado infantil con “La bola de
cristal”, cada vez más reivindicada como germen de tantas otras aventuras. Alaska, Pablo Carbonell, Pedro Reyes y tanto otros servían de coro a los
Electroduendes y a la siempre fiera “Bruja Avería”. Tiempos que nos ponen la piel de
gallina y los pelos erizados con solo recordarlos y ver cómo hemos cambiado nosotros y el país. Muchos de aquellos
contenidos no pasarían hoy el rasero de lo políticamente correcto. Para otros, Torrebruno o Los Payasos de la Tele son, asimismo, puntos de interés nostálgico que poder recuperar y volver a ser niños con permiso del coronavirus.

La diversión tenía, por aquel entonces, también su tinte cultural. Concursos como “Un millón para el mejor”, “Las diez de últimas”, “El tiempo es oro” y muchos más entre los que no podemos dejar de lado el favorito de la “muchachada” de la época: “Cesta y Puntos” o el mayor de todos ellos “Un, dos, tres, responda otra vez”, proveedor de coches y apartamentos en Torrevieja a buena parte de la población concursante.

Todos estos programas, solo una pequeña muestra de lo que la memoria atesora, están ahora disponibles para su disfrute en este confinamiento obligado. Si el coronavirus ha hecho que la naturaleza se libre temporalmente de nuestro acoso, también puede conseguir que nos libremos nosotros de la bazofia que llena nuestros televisores. Hay cachitos de tele clásica que nos pueden evadir de la telebasura imperante. Bienvenidos sean.

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