Brigada de demolición

01 jun 2020 / 16:56 H.
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Nunca como ahora se ha encontrado más sentido a las ficciones distópicas. Pretendiendo ser metáforas para provocar reflexiones críticas de la realidad del sistema político, parecen ser profecías. Derribar para construir. Técnicos de crispación. Se buscan consensos para erigir soluciones en las que todos se sientan representados. Es la identidad de la historia de nuestra democracia, de España. Se busca que sea en el parlamento como la expresión de la ciudadanía y se descubre que tanto la creada en Madrid como en Andalucía son solo un hito en la agenda de aquellos políticos distantes del interés que decían representar, del contrato que se estableció en las urnas. Superar una catástrofe requiere aislar lo peor del individuo y reforzar lo mejor de la ciudadanía. Esta está cansada de quienes no son capaces de limitar sus deseos ni respetar las medidas para protegernos colectivamente. Harta de que cuatro pretendan imponer sus criterios porque no les interesa compartir, ni reprimir sus intereses individualistas. Harta de políticos vedettes siempre omnipresentes obreros de la crispación. Harta de que no se contribuya al entendimiento y que cualquier expresión o acción, sea causa para alimentar su batalla. Estamos indignados de esta política de demolición. De los que la crean y de los que la siguen. En su fomento en encuentran su razón de existir como políticos. Se tocan los extremos ideológicos, tienen los mismos fines solo buscan ganar adeptos. Invierten en la economía del conflicto irresoluble, de la guerra. Invertir en guerra, es destruir, no solucionar.

La crispación lleva a la indignación y cuando no hay respuesta surge de la desesperación. Si nada tienes, pobreza, desigualdad, incertidumbre y desesperación, ves la alternativa en el “curandero”. Donde la mentira se hace verdad, te hace libre. Desesperación. Herramienta de la demolición. Consigue que te alejes de la idea de democracia y abraces cualquier forma autoritaria en el que te garanticen “bienestar”. La distopía de Orwel se hace realidad, “la guerra es paz” y “la ignorancia es fuerza”. De ahí, que haya quien desacredite el ingreso mínimo vital existente en las democracias europeas. Vivimos un momento que pone a prueba los límites de respuesta de las democracias en Europa. Por eso, hay quien ve el momento para atacarla. En momentos de crisis, la estrategia del detractor es invertir en odio, un cálculo especulativo de quienes priman lo individual sobre lo colectivo. Invierten en acciones de desestabilicen el sistema y los gestores de la inversión han de responder a sus accionistas. Detrás de la crispación y las provocaciones hay un interés por desacreditar la política y a los políticos que la desarrollan. Por eso, no se permite lograr ni contribuir a soluciones. El objetivo es demoler la democracia. Cualquier intento de construir acuerdos se desprecia y boicotea mostrándolo como desacuerdo irreconciliable que elimina la posibilidad de integrar el interés de todos. No solo no reconstruimos la economía sino que destruimos el consenso social de la ciudadanía, la democracia. “Dos mil cuatrocientos, ni uno menos” gritaban como eslogan reivindicativo. No era el momento de la independencia sino de la unión frente a la globalización y deslocalización industrial. Quizás sea la opinión del trabajador de la Nissan que espera escuchen los políticos autonómicos y del Estado.

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