Bodas de Oro
Hay una canción por sevillanas, que era muy popular en los años ochenta del pasado siglo que comienza con una estrofa que define cuán breve y leve es todo aquello en que se afana el hombre. Dice así: “Pasa la vida y no has notado que has vivido cuando pasa la vida. Tus ilusiones y tus bellos sueños, todo se olvida”. Hace unos días la escuchaba mientras recordaba con melancolía, algo de tristeza y la alegría de tener ánimo para seguir adelante, aquellos momentos singulares que considero son los más importantes de mi experiencia vital. La mayor parte de las ilusiones de los jóvenes de mi generación en aquellos años grises de los planes de desarrollo puede que no se cumplieran nunca, aunque es justo reconocer que en aquel tiempo se produjeron cambios fundamentales en la sociedad, una mejora en las condiciones de vida porque la economía creció a un ritmo homologable al resto de países europeos hasta que se produjo la crisis energética de 1973 y el acceso a un mejor nivel cultura, todo ello lastrado por la falta de democracia y libertad.
En esos años, las costumbres encorsetadas por la rigidez política y moral hacían difícil el desarrollo personal y la fluidez de relaciones entre las diferentes clases sociales. La transición política cambió el rumbo de nuestra sociedad, pero sin duda alguna, las ilusiones y los bellos sueños de juventud que cada uno tuvo, o bien se han cumplido o se han olvidado para siempre.
El día de San Pedro en 1974 fue sábado, hubo una tormenta muy fuerte y llovió en gran parte de la provincia de Jaén. Al día siguiente, domingo a la hora del Angelus, hacía un calor asfixiante en Torreblascopedro. Ese radiante día de sol, en la iglesia parroquial de San José, en el altar, ante el retablo obra de Palma Burgos, se cumplió nuestro gran sueño de juventud, mi bello sueño compartido con la mujer que ha sido, es y deseo que siga siendo mi compañera de vida. Allí ante todo el pueblo, que siguiendo la tradicional costumbre había salido en masa al paseo para ver a los novios, al cortejo nupcial y de paso hacer algún que otro comentario al uso, nos casamos dos jóvenes que habíamos superado las muchas pruebas que la vida nos puso por delante hasta llegar a ese maravilloso día en el que conseguimos unir nuestras vidas, jurarnos amor para siempre y ser libres para caminar juntos hacia nuestro destino. Han pasado cincuenta años y la vida continúa como dice la canción: “Pasan los años, se va la juventud calladamente, pasan los años”. Sí, pasan los años, pasa la vida, pero quedan muchas realidades y hechos tangibles que dan fe del amor que nos unió ese día de verano y que continúa incólume porque entre los dos hemos sabido conservarlo y acrecentarlo. Quedan nuestros dos hijos, fruto de ese amor que hemos vivido para darles vida y enseñarles a amar la vida, quedan nuestros cuatro nietos en los que encontramos las señas de identidad de nuestra manera de ser y entender la vida, queda nuestra forma de pensar y actuar que está impresa en ellos y sabemos que transmitirán a nuestros descendientes. Y también quedan nuestros pequeños fracasos y nuestras efímeras glorias, aunque esperamos que también quede nuestra obra y nuestra memoria, porque siempre hemos vivido amándonos y amando a los demás, y en verdad ha merecido la pena, conocernos, ser compañeros, amarnos siempre y vivir la vida compartida entre los dos y con aquellos que nos han acompañado, mientras seguimos caminando en busca de ese destino cierto que a todos nos aguarda. Y una vez que hayamos llegado hasta el final, tenemos la esperanza de que todo continúe e incluso alguna vez aquellos a los que hemos conocido y amado tengan un grato recuerdo de nosotros. Sólo puedo decir que doy gracias a Dios por haber conocido a María, por haber luchado por ella y junto a ella y por poder decir hoy y siempre que ha merecido la pena vivir la vida por, con y para ella. Todos aquellos que nos conocen saben que hemos sido felices en la pobreza y en la riqueza, en la salud y en la enfermedad, en los momentos difíciles y en los agradables, siempre unidos y que nuestro vínculo es firme y duradero porque hunde sus raíces en la fértil tierra del amor compartido. Concluyo con la canción que me inspira hoy. Pasa, la vida, pasan los años, pasa la juventud, pero nunca pasa el amor verdadero y la gloria de compartirlo con la persona amada. Gracias a ti María.