Autocensura democrática

Vivimos en la época de lo políticamente correcto y esto hasta el punto de que cada palabra, gesto o acción que llevamos a cabo tienen que estar pensados y más que pensados. Con todo, es imposible medir milimétricamente cada forma de expresión, cada palabra que decimos o escribimos. Esta época ha llegado a imponer una forma de censura tan sutil como despiadada: la autocensura y el autocontrol del propio pensamiento, lo cual coarta y resta naturalidad a la vida misma. Esto es tan real como escandaloso. Frente a esta acción de control personal se levantan, arrogantes, todos aquellos que dicen lo que les place, como les place y según les conviene. Esto tendría que preocuparnos, y mucho, por lo que tiene que ver con la libertad de expresión en un estado democrático de derecho y con el sectarismo imperante en el tejido social. Esto es ya para mí un pensamiento reincidente, pero inevitable. Todos conocemos a demasiadas personas valiosísimas en todos los órdenes de la vida arrinconadas por el rodillo de la oficialidad, aunque, y esto es importante, cumpliendo honestamente con sus cometidos. Por desgracia, de tanto medir las palabras, corremos el riesgo de quedarnos mudos. Y mudas, claro está.