¡Asín sí!

08 dic 2023 / 10:03 H.
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Las discusiones que acababan en peleas eran de lo más normal en los patios de los colegios. Y cuando llegaba el maestro y separaba a los oponentes la pregunta siempre era la misma. ¿Quién ha empezado? No era fácil adivinar ni la causa ni el culpable porque solía ser el provocador el primero en culpar al provocado. Y aunque hubiese testigos directos, ninguno estaba dispuesto a pasar por la vergüenza de ser acusado de chivato y el peligro de ser expulsado de la pandilla. Eso contando con que detrás de todo no anduviese un tercero. La técnica no es nueva ni propia de escolares. En la historia de todas las guerras, peleas o discordias es habitual la figura del urdidor y estratega experto en sembrar cizaña para recoger después algún fruto de la contienda.

Por suerte para los españoles, para todos, incluidos los que dicen no serlo, en los últimos cuarenta y cinco años hemos convivido bajo la firme creencia de que más allá de las diferencias que siempre hemos asumido en la forma de ver la realidad o de pensar en el futuro, también nuestros gobernantes respetarían esas tres o cuatro cosas sin las cuales —como diría D. Ramón Pérez de Ayala— ni el Estado posee estabilidad ni el individuo libertad. Ese mínimo de ideas políticas coparticipadas por la inmensa mayoría de los españoles —de diferente ideología o pensamiento— quedaron escritas en una Constitución que, por cierto, contempla su propia reforma y —ahí es nada— su total revisión. Eso sí, haciéndolo por derecho. No a hurtadillas ni fuera de la plaza saltándose a la torera la misma Ley que han prometido cumplir y hacer cumplir a los demás. Y además dejando a un lado y sin consultar a las altas instituciones —Tribunales Supremo y Constitucional, Consejo de Estado— que para eso están. No sirve avalarse con dictámenes de expertos “constitucionalistas” publicados en la prensa amiga del que manda, bajo argumentaciones que, por cierto, serían del todo respetables, si se hubieran defendido antes de necesitar los siete votos en cuestión. No vale una interpretación de la Constitución para antes y otra para después de que la necesite Sánchez.

Los españoles no necesitamos dictámenes para entender lo que significa la unidad de España y la igualdad de todos los españoles ante la Ley. No somos letrados, pero tampoco tontos. Ni tan cándidos como aquel pastor del chiste, que se casó con la criada del cura y al ver que la novia tenía una considerable barriga al poco tiempo de la boda, fue a consultar con el propio cura, que tras buscar en su biblioteca le dijo: “Mira, ves? Todo está en los libros. Aquí lo dice: Moza que con cura sirviere y con pastor casare, a los cinco meses pare”. ¡Asín sí! Asintió él confiado pastor.

Sin entrar en el fondo de la farsa, lo que se está pactando es, a los ojos de muchos españoles de diferente pensamiento, una indecencia política. La división y el enfrentamiento en los diferentes ámbitos de convivencia de nuestra sociedad, incluido el familiar, no es ya una amenaza, sino una incipiente realidad que puede generar un serio conflicto político y territorial. Y cuando la provocación de unos y la indignación de otros derive en la discordia nacional que de vez en cuando asoma en nuestra historia, a lo mejor llegará el maestro a preguntar ¿quién ha empezado la pelea? Igual sale Zapatero de nuevo a decir aquello de “nos interesa que haya tensión”.

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