Semana de la Pasión cristiana

26 mar 2016 / 19:03 H.

Semana de la Pasión cristiana. Nuestro Mesías es llevado a juicio por agitador de masas y de conciencias. Sus manos van desnudas, sin cota de malla ni yelmo, acude a una batalla en la que la única incógnita es el por qué. El cómo y cuándo ya hace tiempo que están resueltos. Tras mucho deliberar, Pilato lo entrega los suyos, quiénes lo condenan. Nadie es profeta en su tierra.

Siglos después esta historia es recordada y cantada por nuestra gente. Numerosos homenajes tienen lugar en estos días: a él mismo, a su sufrimiento, a la agonía de su madre, a las injusticias de su primo, a la desesperación de su mujer... En parte, ese espíritu de sacrificio es recogido: los hermanos que unen sus hombros para compartir la carga a modo de redención, los penitentes que alumbran su camino al templo, las mantillas que velan su tumba en silencio... Pero es en parte. Como suele ocurrir en estos casos, la innovación se vuelve tradición para las futuras generaciones y el recogimiento se torna pompa y fanfarria. Señorío, si es importado.

El corazón de la Europa Moderna es atacado. Al igual que pasara en Francia a finales de 2015, no todos creemos en la Sociedad del Bienestar. Ni en los derechos humanos. Ni en la libertad de expresión. Ni en la igualdad de género. Ni en la libertad de culto. No todos valoramos la vida de igual manera. No todos estuvimos en ese aeropuerto. Pocos conocíamos a las víctimas. Pero algo es cierto, en estos días, apagamos la televisión para darle volumen a las marchas de trompetas y cornetas, mientras poníamos la medalla junto a la ya planchada camisa antes de ir a perfilarnos las patillas. Con nosotros no va. Nuestros aviones, al igual que nuestros trenes, están a salvo. No hay por qué temer.

La vieja y añeja Europa. Ésa que ya, hastiada de matarse, torturarse y saquearse, ha resuelto tenderse una mano luchando por un futuro común. Como los buenos boxeadores, hemos encajado el golpe, con entereza. La mandíbula aún sigue desencajada del impacto anterior. Aunque ahora, el revés, tocó órgano. No basta con aparentar indiferencia y forzar la mueca de superioridad. Ése dolió. Fallo por menospreciar al rival. Error de novato, defensa abierta, nos han alcanzado, ya por segunda vez. ¿Cuántos golpes necesitamos para valorar al rival? ¿Cuántos para darle el respeto necesario que se están ganando sus puños? Es verdad que sus tácticas no son limpias, golpea bajo, araña y muerde si el árbitro no mira. Amenaza, maldice y perjura sobre nuestros árbol genealógico. ¿Y qué? Nadie dijo que fuera fácil. Ni limpio. Ni legal. Subió al ring y golpeó al despreocupado y acomodado campeón para ver si sangraba. Y ojo, porque los romanos también sangraron.

Sin embargo, hemos de ser cautos. Pues en estos días de incertidumbre y furia desbocada es cuando los maestros cetreros dejan de ser funestos mitos de otrora, para convertirse en los peligrosos y sanguinarios cazadores que nunca dejaron de ser, exhibiendo sus majestuosas aves de presa. Nadie deambula por sus dominios si no es bajo visado. Y es que a estas alturas, las aves de caza vuelan bajo, muy bajo, casi marcando territorio, pues la presa es fácil. Alentadas por el redoble de los tambores que un día les marcara el aleteo, hoy comienzan, nuevamente, casi por instinto, a desenrollar viejas banderas. A no elegir las presas. A cazar indiscriminadamente. Cuidado porque si desconocemos el saludo o nos equivocamos de bandera, la sombra que nos acechaba, puede agigantarse en cuestión de segundos.