Paqui Castillo, porque el amor merece la pena
En Porcuna, su pueblo natal, recogía aceituna en una helada mañana de diciembre cuando le propusieron quedarse con la heladería que regentaba su tío en Torredelcampo. Y fue en ese momento cuando, con apenas veintitrés años, empezó para Paqui Castillo Villatoro una nueva vida llena de ilusiones, trabajo y valentía. Se convirtió en empresaria, esposa y madre. Ni Paco, su novio entonces, ni ella habían pensado en montar un negocio; simplemente se les presentó la oportunidad y la cogieron. “Nos miramos a los ojos y dijimos: ¿Por qué no?”, evoca con una sonrisa.
—¿Y se lanzaron sin más?
—Bueno, eso es mucho decir. En aquellos tiempos, una no se iba “sin más” ni siquiera al pueblo de al lado... Había que casarse. Y claro, nos casamos.
Paqui y su marido trabajaron duro, suspirando por una vida mejor. Ni fines de semana libres, ni vacaciones. Su primera casa no quedaba lejos del negocio, en concreto en la trastienda, donde se las arreglaron con una cama y poco más. Y así, entre cafés, copas y helados de chocolate, fresa o “stracciatella”, “La flor de Valencia”, en la plaza, junto a la iglesia, fue viendo pasar los años y crecer a sus hijos, Jesús y Paco. Pero hace ya más de diez que decidieron ceder su explotación y montar un nuevo negocio, una franquicia de moda y artículos de deporte, “Décimas”.
—¿Por qué este cambio?
—Porque soy madre—,―contesta con un brillo especial en su mirada. Cuando nació Jesús, que ahora tiene 30 años, se pasaba el día metido en la heladería; allí se crio. Nueve años después nació Paco; tiene síndrome de Down y me necesitaba muchísimo.
Con cuatro meses Paco pesaba igual que al nacer; lo operaron a corazón abierto de una cardiopatía congénita, y se recuperó. Empezó a crecer con normalidad, pero requería mucha estimulación. Paqui ya no podía pasar tantas horas atendiendo el negocio.
“Los niños con síndrome de Down andan más tarde, hablan más tarde... Tenía que hacer lo que fuera para que no se quedara atrás y eso suponía mucho tiempo y dedicación”. La inquietud de esta madre ha sido incansable e infranqueable. De la asociación, en Jaén, al Centro Base cada día, sin descanso. Pero, la necesidad obliga, Paqui también tenía que trabajar, así que Paco empezó a andar y a decir sus primeras palabras entre la barra y las mesas de la heladería. Cuando cumplió los tres años entró en el colegio. Por las tardes a natación, a La Integral Psicodanza, una compañía de Torredelcampo donde personas con y sin discapacidad trabajan las artes escénicas y plásticas apostando por el potencial creativo de la diferencia y al club Lucha Olímpica Power, que mantiene a Paco en perfecta forma física. Le dedica mucho esfuerzo a su hijo...
—Sí, hice y hago lo que debo hacer. Paco se examinó y obtuvo el título de la ESO y ahora estudia un módulo de Informática. Me siento feliz por él; tiene muchísima imaginación, le encanta la mitología griega y disfruta leyendo. Pero eso no hace que deje de sentir una espina en el corazón...
—¿Por Paco?
—Por mi otro hijo, el mayor. Jesús ha sufrido la situación; a él no pude dedicarle tanto tiempo como también se merecía, aunque él jamás se ha quejado y ambos se quieren con locura... Una madre siempre protege al que considera que necesita más apoyo, pero ama por igual.
Desde que nació su hijo, Paqui ha movido cielo y tierra, se ha enfrentado a injusticias, hablado con inspectores de educación y maestros, llamado y escrito cartas a cuantos podían hacer algo por él.
“A veces creo que mi hijo se enfada conmigo por lo mucho que le hago esforzarse, pero es mi deber de madre, mi obligación y mi devoción...”, confiesa.
Cambió de empresa y empezó de cero en un nuevo negocio para dedicarle más tiempo a Paco. Disfrutar de un fin de semana es como si le tocara la lotería. Cuando me intereso por lo que le gusta hacer en su tiempo libre, pone una cara de sorpresa que parece preguntar: “¿Pero eso existe?”. Aun así, le gusta ir al teatro y, cuando puede, se escapa a Torrenueva y allí, con esa luz del Mediterráneo, bajo el sol tibio de la mañana, sentada sobre la arena contemplando el mar en silencio, se siente feliz porque sabe que todo lo que se hace por amor siempre merece la pena.