Cuando el saber no tiene lugar

05 jun 2016 / 11:24 H.

Somos la Generación del Mañana, o también, como a nuestros iluminados representantes les gusta llamarnos, la Perdida. Y es que en la nuestra, se ha producido uno de los mayores hitos de la Historia del Hombre: Internet. Es más, como lo desconocido asusta, aparecen los tópicos: “en internet sólo hay porno,” “no me copiéis los trabajos del rincón del vago”, “la Wikipedia no es una fuente de información válida”. Pues bien, querida generación pasada, porno hay hasta en la Biblia; estimados profesores, la solución no era caligrafiar manualmente los folios; y respetables catedráticos, les presento la mayor enciclopedia mundial.

La capacidad por la que hemos prevalecido como especie dominante en esta despiadada selección natural, es la comunicativa. El hecho de poder transmitir nuestras experiencias a posteriores generaciones para que, aupados por nuestro conocimiento, sigan construyendo. La Humanidad comenzó a desarrollarse con la escritura cuneiforme sumeria y, a medrar, con la imprenta de Gutenberg. La primera, permitía almacenar ideas cada vez más complejas, mientras que la segunda, aumentaba el alcance de ésas. A finales del XX, pero sobre todo en el XXI, rompimos otra barrera: la del tiempo. La inmediatez con la que podemos acceder a esos conceptos. Esto ha llevado a conflicto al pilar fundamental sobre el que se ha asentado la técnica desde el siglo pasado: la llamada especialización.

Como le fue dicho a Sancho por su amo: “con la iglesia hemos dado”. Y es que tras el tremor de Dios, hogueras mediante, que supuso el Medievo, en el XV comenzó a acuñarse el término humanista, siendo su mayor exponente, Leonardo Da Vinci, al que se le atribuyen casi tantos conocimientos, como oficios existían en la época. Es pretencioso cuanto menos, afirmar que todos sabemos de todo, por eso aquí, tenemos una figura muy popular que satiriza al humanista: el maestro Liendre, que de todo sabe y nada entiende. Sin embargo, otro concepto en el saber popular, es aquel que dice que el abogado sepa de leyes y el agricultor de campo, que es la forma con la que hemos interiorizado el “tú, a lo tuyo, que para eso yo tengo un título.” Así de fácil se marca terreno a día de hoy.

Tenemos todo el saber humano a nuestros pies, pero no las herramientas para leerlo. El problema radica en que no se nos enseña a pensar, a ser críticos. Se nos insta a reproducir logros exitosos, a hacer de altavoces de las ideas ajenas y claro está, a consumir. Hoy día no se lee a los grandes, se consumen bestsellers anglosajones. No se disfruta en el cine de una envolvente historia, se consumen explosiones e iconos sexuales. No se siente uno atrapado en una experiencia única al jugar, se consumen halagos digitales en forma de subidas de nivel y recompensas virtuales. Y, como vamos a consumir igual, bajamos la calidad de los productos y así generamos más dinero.

Necesitamos una escala global. Ésa que el profesor de Literatura se empeñaba en meternos a la fuerza, consistente en memorizar adjetivos que definían el estilo literario del autor en lugar de leerlo; ésa que le hace a uno darse cuenta que los generadores de opinión no son más que generadores de odio; ésa que nos despierta las conciencias y nos hace enseñar los dientes y no conformarnos con lo que nos den. Pero claro, ésa, no interesa. Por primera vez en nuestra Historia, todo el mundo tiene armas suficientes para ver las cosas en perspectiva, para llamar al pan, pan y al vino, vino. No somos los ninis que nos hacen creer que somos, ni los listillos que piensan los mayores, somos una generación muy preparada, la que más. Somos la generación del criterio.