Una de mafiosos

03 jul 2016 / 19:36 H.

Uno de mis géneros predilectos del cine es el de gánsteres. Lo fascinante de estas películas es que venden el sueño americano: hombres hechos a sí mismos, que desde orígenes humildes, son capaces de escalar en el sistema hasta gobernar la cúspide del poder. Admirable, loable y envidiable. Sin embargo, harina de otro costal, son los maquiavélicos métodos llevados a cabo: despreciables, censurables y atroces. Grandes iconos cinematográficos como El Padrino, Los Intocables de Elliot Ness o Ciudad de Dios, forman parte de nuestro imaginario colectivo a la hora de figurarnos a esos omnipotentes patriarcas de gesto afable y naturaleza sagaz. La lealtad es el cemento que une estas enrevesadas relaciones de poder, hasta el punto de ser clanes familiares. En la vida real, en un satírico gesto de bondad, distinguimos a la mafia del cártel. Mientras que la primera tiene raíces italianas y misteriosas; la segunda viene de nuestra buena amiga la Economía, para regular un tipo el mismo tipo de actividad.

Si pensamos en mafias a nivel internacional, asociamos el cártel mejicano a la droga, el del este a la trata de blancas y el estadounidense a la industria armamentística. Empero, a nivel nacional, resulta muy difícil encontrar el nicho de mercado, del que se nutre esta gente. Y es que si bien no es la única, en España, hemos vivido un auge en la vivienda, impropio de la oferta/demanda social. Pues bien, copiamos de EE.UU. una manera de crear dinero, la burbuja inmobiliaria, que si bien no fue la primera, sí fue la que más exangües nos dejó. Seguro que recordamos el fórum filatélico y su uso de la especulación para lucrarse. Lo explico brevemente. Tenemos un producto, normalmente de valor subjetivo, como los coleccionables: en este caso, sellos. Compramos una colección entera, exclusiva, que se va a revalorizar con el tiempo, y en cuanto lo haga, ya tendremos beneficio. Con lo cual, multiplicar, por 1.2, 1.3 ó 2.5, ya es más rentable que una inversión bancaria. ¿La letra pequeña? Que esto funciona siempre y cuando haya nuevos compradores. Los verdaderos filatelistas, conocedores del campo, saben el valor de la colección, el cual, al discordar tan absurdamente del precio, hace que aquéllos salgan del mercado, quedando en éste todos esos que acudieron en masa ante la promesa del dinero fácil, con una patata caliente entre manos, de la que hay que desprenderse antes de que explote. Especuladores, bancos y particulares. Todos cayeron. Todos fueron engañados, aunque no olvidemos que para mentir siempre hacen falta dos, el farsante y el bobo.

Paralelamente, urdida a fuego lento, la burbuja inmobiliaria comenzaba a agrandarse. Exactamente lo mismo, se inflan artificialmente los precios, hasta que los verdaderos interesados, en este caso las nuevas familias, no se los podían permitir. Sin embargo, aquí los costes no se desploman, caen, pero no se hunden. Porque los grandes poseedores de las propiedades, son los bancos, los cuales son capaces, de almacenar, es decir disminuir la oferta, hasta que reflote el mercado. Lo realmente pérfido de la cuestión es que estos bancos tuvieron grandes aliados en las concesiones políticas de los leales partidos en ayuntamientos, diputaciones, consejerías y ministerios. A día de hoy no paran de salir: tramas, cuentas en paraísos fiscales, blanqueos, y un muy largo etcétera de nombres y apellidos cuyo denominador común, las más de las veces, es un partido político: el Partido Popular.

Con Aznar, España iba bien: nos invitaban al G8 por ayudar al Imperialismo, el Pocero creó una ciudad, albañiles con Mercedes y mejores vacaciones que cualquier funcionario de educación universitaria y una creación de empleo constante con la bajada del paro. De aquellos polvos, estos lodos. Aun así, en mi sencilla opinión, lo más sugerente del asunto no es que salgan indemnes de todo cuanto hicieron, hacen y harán con sus benditos halos de impunidad foral, lo es, que tengamos el listón tan bajo, que no busquemos lo mejor para nosotros, si no lo menos malo.