Cómo pensar cuando se quiere sentir

10 oct 2016 / 11:28 H.

Kasparov: 14:20 horas en un día cualquiera de febrero de los años 90. El ajedrecista está sentado en un banco del Parque Blas Infante de Linares. Hace frío, pero su cuerpo se muestra inerte a la baja temperatura. Su cabeza está en el tablero de una partida que pronto disputará. Pero, y si fuera Jaén: ¿Cómo habría que pensar en el tablero del futuro?, ¿mejor discurrir o mover ficha?, ¿interesa abatir al peón o es mejor mover hacia adelante para liberar la torre con recorrido para el futuro?, ¿cómo es el pensamiento colectivo de Jaén, ese que va más allá de unas cuantas mentes y se acumulan en una nube de ideas que nos envuelve en cada paso? y ¿por qué Jaén tiene tantos pensamientos tristes?

En unos días, llegará el primer pago de la Política Agraria Común (PAC). Más de 400 millones de euros que da Europa cada año para producir buen aceite. No es un regalo, no es tierra subsidiada. Los europeos necesitan alimentarse, por lo que han de pagar por los productos de alta calidad que luego llegan a sus mercados. Entonces, ¿Por qué Jaén piensa que es pobre y le dan ayudas? Ahí hay un ataque de tristeza. Alemania tiene un plan para impulsar sus fábricas de automoción y Francia también sustenta sus polos industriales. Y ¡ay Irlanda!, que es la envidia de muchos. No tiene la PAC, pero la Unión le permite una fiscalidad tan ventajosa que hace posible que cualquier otro país sienta envidia de las multinacionales que capta. ¿Se imaginan olivares y gente feliz en el tajo en Dublín? ¿Imaginan a Amazón en Las Infantas? ¡Ay, Irlanda!, no te envidiamos.

No es malo que aquí haya tanto aceite. Es oro, pero líquido. Más fácil y rentable será continuar incrementando su calidad, conquistando nuevos fogones y vendiéndolo a buen precio que “pescar” un Amazón o una fábrica de coches de esas que tanto se desean de Alemania. Y eso que aquí se fabrica parte del AVE que va a La Meca, carrocerías de camiones para medio mundo y, si en Almería se inventó el Silestone, en Alcaudete nació la cocina modular. Viejos olivos sedientos, bajo el sol de Jaén, olivares polvorientos, de una tierra de bien. Caminar y caminar, con Jabalquinto a la par, hasta llegar a Linares, donde tres huevos son dos pares. Y desde una montaña, divisar Alcalá la Real, con campana de plata y gente leal. Jaén ve cómo su población baja ante el fenómeno migratorio generalizado en el país que marca el éxodo de las gentes hacia el litoral llamadas por el empleo y por un clima más bondadoso. Pero no se pierde la esperanza porque la tierra llama y tira. Y aquí surge la ilusión. Por eso, cuando se entra en Jaén, huele a olivo, sabe a aceite y suena a Juanito Valderrama, a Rapahel, a Joaquín Sabina y a la guitarra de Andrés Segovia. Sus piedras evocan a Andrés de Valdelvira y sus letras se unen con la huella de Antonio Machado, Jorge Manrique y Miguel Hernández. Si se cierran los ojos, se ven pasar las cuadrillas de aceituneros rumbo a los olivares. Las primeras llevan canastas y escaleras para acceder a las ramas. Detrás van otras con fardos y varas, mientras que las últimas llevan el tractor vibrador. Cuando vuelven, procesionan igual. Bestias cargadas con serones de aceituna, que llegan las primeras a las almazaras. Detrás largas hileras de Land Rover que tiran de remolques de tablas y, al final, grandes remolques de tractores. La gente es la misma. Todos son hijos de Jaén. En este tablero de ajedrez, ¿cómo se piensa Jaén? Cuál es la fórmula para explicarle a la razón la emoción de una sonrisa de una anciana de Segura de la Sierra, un olé en la plaza de Manolete, el sonido del agua en la Plaza de Santa María, el rocío en la Plaza Vázquez de Molina, el Miserere en Baeza, un lince en Sierra Morena, el frescor al lado de la Cimbarra, La Mota a contraluz, la sombra de una chimenea minera o el olor de unas migas con chorizo. ¿Mejor sentir o pensar? Solo los robots piensan sin sentimientos, pero el corazón necesita a la mente para latir. Querer a Jaén en sístole y en diástole. Amor más allá de la razón.