Áurea Sánchez Medina, sin pasar de largo

29 jun 2019 / 11:34 H.

No había cumplido aún los cuatro años cuando una mañana de frío invierno despertó en la cama de sus padres, bien protegida entre los dos. “Han venido los Reyes”, le dijeron, pero ella, más que nada, sintió miedo. Su padre la llevó hasta el lavabo que había frente a la cama, de esos con jarra y palangana, y allí, al pie, la esperaban una muñeca de cartón, naranjas mandarinas, figuritas de mazapán y deliciosas bolitas de anís. “Jamás olvidaré esa imagen”, evoca.

Pocos meses después, Áurea Sánchez Medina perdió a su padre cuando este apenas tenía 29 años. Su madre, Modesta, se trasladó con Aurita a Linares y empezó a trabajar en Santana de verificadora y, más tarde, de administrativa.

—Pero usted era muy pequeña...

—Sí, iba al Colegio de las Josefinas. Allí estudiaba, comía, hacía los deberes y merendaba... Hasta las ocho de la tarde que mi madre podía venir a recogerme.

Después del bachiller hizo un curso de secretariado y con 17 años estaba trabajando también en Santana.

—¿Cómo fue la experiencia?

—Enriquecedora... Estábamos en los albores de la democracia, militaba en Comisiones Obreras, en la clandestinidad, claro, y, además, era la única mujer del comité de empresa. En la huelga del 77 pedíamos mejoras sociales y económicas para los trabajadores, la empresa llegó a un acuerdo, pero también quiso dar un escarmiento y veinticuatro personas fuimos despedidas.

Casada y embarazada, ambos sin trabajo y “señalados” por su pasado sindical, decidieron hacerse autónomos e invertir el dinero de sus despidos en un puesto de charcutería en el Mercado del Barrio de la Paz de Linares.

—¿Tenían experiencia?

—No teníamos ni idea, pero todo se aprende. Mi marido también iba a la aceituna y yo organizaba reuniones en las casas para vender productos de limpieza por catálogo. El caso era sobrevivir...

Su suerte cambió cuando Áurea aprobó las oposiciones para el geriátrico de Linares y su marido las de profesor de instituto. Por entonces ya tenían tres hijos: Juan, Raquel y Sara. Pero la súbita muerte de su madre de un aneurisma de aorta la sumió en una fuerte depresión.

“Era una muerta andante”, confiesa.

La incipiente fibromialgia que sufría se agravó hasta el extremo de tener que reconocerle la invalidez absoluta. No sin mucho esfuerzo logró salir de la depresión y, con otras dos personas, creó la Asociación de fibromialgia y fatiga crónica, “Cavias”, en Linares, que obtiene subvenciones de organismos públicos y entidades privadas para poner en marcha proyectos terapéuticos y forma parte de “Agrupa-T”, una federación de asociaciones de personas con diversidad funcional.

Hace poco más de doce años, Áurea decidió acoger en su familia, durante los meses de verano, a un chico saharaui, Buley. Al año siguiente repitió y sus padres, en un acto de generosidad enorme, les pidieron que se quedaran con él en acogimiento permanente. Hoy Buley tiene 22 años y se prepara para estudiar Enfermería.

“Tenerlo con nosotros es lo más maravilloso que nos ha pasado en la vida”.

Áurea forma parte de la junta directiva de la Asociación de apoyo al pueblo saharaui. Organizan eventos en toda la provincia para recaudar fondos con los que comprar material sanitario y poner en marcha proyectos de voluntariado en los campamentos. Cada verano vienen más de 100 niños, algunos con movilidad reducida, parálisis cerebral o síndrome de Down, que son acogidos por familias de Jaén.

—¿Cómo viven allí?

—Les falta de todo; en verano llegan a los 56 grados. Sus casas son de adobe con techos de uralita sobre los que colocan piedras para que no se les vuelen... Y, sin embargo, son las personas más solidarias que conozco... Buley nos ha dado mucho más que nosotros a él. Me dice: “Te quiero, mamá”... Y yo lo quiero con locura porque es mi hijo, igual que los otros tres.

Le gusta pasar el tiempo con su familia, disfrutar de su nieta Helena, viajar, conocer otros países, ir a musicales y, sobre todo, ayudar.

—Pero usted tiene fibromialgia...

—Y astenia severa, y muchas cosas más —dice con una sonrisa. Pero no venimos a este mundo a pasar de largo, hay que implicarse en algo... ¿No lo ves tú así?